A veces cae el velo de la noche
y nos muestra su faz incuestionable,
sus pozos, su espiral, el latido último
de un palpitar de fuegos pavorosos.
A veces somos noche sin disfraz,
cuerpo oscuro que clama el sacrificio,
y es ella quien pronuncia nuestro nombre
desleído en las gotas del lenguaje.
A veces somos carne de penumbra,
soliloquio enterrado por la nieve
que afirma el devenir de los espectros
a la senda más íntima del alma.
A veces ella duerme en la sinuosa
cavidad de un islote mercenario,
y así se prostituye en pesadillas
que muestran el temor a los herejes.
A veces se despierta en la ventisca
con un insomnio pleno de sentido,
y está en su corazón el mandamiento
que nos lleva a la más leve esperanza.
Y siempre nos conduce por los lares
curvos de sus espaldas pudorosas,
y en su brea está el nido del saber
que acontece mirándola a los ojos.