El brazo invisible

Te contemplo en mí, poderosa materia, funeral pá,pano,
fugaz y vulnerable en tu forma, indestructible en tu discurrir eterno,
descubre por una vez esta lúgubre quijada,
el tramo sepulcral de mi rostro aquilino.
Invita esta noche a Barrabás, al papa negro,
no quiero ser el ángel castrado, el hijo del inmigrante en derrota.

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El desenterrado

Ira, ira no más, en el terrible día,
ni amor, ni la gota fresca en la lengua ;
apenas la vejiga rota al atardecer,
y aquella gran mirada inmemorial, amarilla,
todo cayendo detrás, en el desván silencioso.
Desenterrarán tus cartas, tus papiros helados.

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Elegía a Ernest Hemingway

Los que arrastramos un pescado, o una vaca negra,
como el Viejo Amargo del Mar de las Antillas,
los que apacentamos una gran culebra por el llano
arrojamos tu ataúd como un sauce de pelos.

¡Qué golondrina, que sueño sobrevolaba tu corazón
cuando mostrabas el pecho en armas,
como el dios-padre de los mitos desaparecidos !

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Epitafio a la memoria

Como un hacha plegada, o un aire rendido a un viejo territorio,
pasáis como ancianos roncos
ante el caballero caído bajo las piedras,
amarillo, sin dedos ya, como zapallo de ultratumba.
La noche y su hembra ciega echaron estos huesos en el bulevar,
despojos que pesan en el corazón
como gladíolos, o los ojos del padre muerto.

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Expedición del tiempo

Lo despistado, lo roto, me sigue detrás como un caballo muerto.
Lo que cayó en el paño de las indecisiones,
el agua terca, y quedó tirado en el camino.
En este vaso con un perro adentro, y que bebo solitario en esta noche,
frente a resoluciones quemadas, a un ángel como si fuese de hueso,
penetro otra vez en mí, desciendo en un largo viaje,
oliendo el camino, fumándome el tabaco del alma,
o interrogando al enano que vive a espaldas de mi rostro.

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Mercado persa

Entre pordioseros vestidos de mariposas,
y piojos traídos del Himalaya,
contemplo el vuelo del vendedor de ensueños y huevos mágicos.
Hay una parca rodeada de flores,
un asesino, una piedra escarlata,
y yo, pobre, cubierto de manchas de resina,
compro un pájaro en medio de la tormenta,
un ave de pecho seco, como el mío.

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Nocturno del piano

El piano, con su quijada negra, con sus dientes blancos cruzados de gusanos,
canta como un papa melancólico. Sus notas
caen como los huevos del esturión muerto
sobre mi corazón en esta noche.
Mata al demonio del piano, amiga mía, ahoga en su vientre la furia escarlata.

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Vergüenza

Vergüenza de vivir.
Ser un pólipo
en esta oceanía de sangre, abandonado ya, sin armazón,
cuando sólo quisiera celebrar la pascua
del asesino,
porque no existe más salvación que la trémula ira,
ni más alfombra que el cadalso, ni otro hoyo que el mar.

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