Tomaste mi mano entre la tuya
de un modo casual
e inocente,
y, lentamente,
nos fuimos alejando del grupo,
unidos de ese modo invisible
en que dos
son uno.
Ocultos entre los almendros
buscamos la complicidad
de las miradas.
Yo, por un instante,
creí en la vida,
en el amor a pesar de los años.
Tú sonreías.
Alguien, tras varias horas,
vino a buscarnos,
y separamos las manos
con el vértigo doloroso
con que se separa
el sueño de la vida.
Volvimos a vernos en días sucesivos,
pero ya el aire
era distinto.
Fue hermoso. Aún lo recuerdo;
apenas unas horas para el mundo.
Tus manos, sin embargo,
aún acarician las mías en recuerdos,
como si tus huellas
quedaran ancladas a mis huellas,
como si no se hubiesen sucedido, al fin,
los instantes, las olas y los siglos.