Paura no tiene cono: tiene un molusco arroz entre las piernas, un coral palpitante, un fruto que perfuma mis vísceras y el aliento de los tiburones.
Cuentan que fue muy bella en su primera infancia. Dicen que su pelo servía de faro en noches de tormenta y que su lengua salvó a más de una tripulación consumida por el escorbuto.
Hay tonos de su piel que destrozan las redes.
Sus pezones señalan a quienes van a perecer ahogados.
En su culo profundo anidan cormoranes.
Ella es el premio con que sueñan arponeros mutilados, buzos dementes y gavieros incógnitos.
Gélida su espalda cuelga del cuello. Y su efigie picotea mis labios abandonados en la playa.