A María Laura Funes
Me lanzo en un abrazo
de baile en vientos.
Señalo a la luna;
no indico su voz ni su verbo.
La arena de la mujer
que me aprisiona,
marca en la clepsidra,
la buena espera,
la hora inmediata
del encuentro sin tiempo.
Vuelve el gesto
repetido otras veces,
que empieza
en el ala de un pájaro
y termina
en tus manos de agua.
Acaso la unción de tu cuerpo
deambule hasta el tedio
por mis venas sordas.
Tu sonrisa se envuelve
en el camino de la noche desierta.
No hay dulzura de pan
que no te encuentre
en mi boca
abandonada de mieles.
El aullido del mar,
el réquiem de Mozart duelen
igual que la certeza de que nuevamente
el final es un poema.
Ah, si no sufriera tanto, cada tanto
cada vez menos, pero más.