Mar de mi infancia. Caracolas,
arena de oro, velas blancas.
Si alguien cantaba entre la noche
a las sirenas recordaba.
Simbad venía en cada ola
sobre la barca de mi sueño,
y me nombraba capitana
de su fantástico velero.
El viento izaba las gaviotas
alto más alto de sus mástiles.
Y por las nubes entreabiertas
pasaba el cielo con sus ángeles.
Los compañeros no sabían
-yo nunca dije mi destino-
que en el anillo de la ronda
iba la novia del marino.