Mi inspiración de Anastasio de Ochoa

Cuando hice resonar mi voz primera
Fue en una noche tormentosa y fría:
Un peñón de la cántabra ribera
De asiento me servía:
El aquilón silbaba,
La playa y la campiña estaban solas,
Y el Océano rugidor sus olas
A mis pies estrellaba.

No brillaban los astros en el cielo,
Ni en la tierra se oía humano acento:
Estaba oscuro, silencioso el suelo,
Y negro el firmamento.

Sólo en el horizonte
Alguna vez relámpagos lucían,
Y al mugir de los mares respondían
Los pinares del monte.

Fuera ya entonces cuando el pecho mío,
Lanzado allá de la terrestre esfera,
Vio que el mundo era un árido vacío,
El bien una quimera.

Nunca un placer pasaba
Blando ante mí, ni su ilusión mentida,
Y el peso enorme de una inútil vida
Mi espíritu agobiaba.

Quise admirar del mundo la hermosura,
Y hallé do quiera el mal.

De amor ardía,
Y nunca a mi benévola ternura
Otro pecho se unía.

Solo y desconsolado,
Cantar quise a la tierra mi abandono,
Mas ¿do tienen los hombres voz ni tono
Para un desventurado?.

Al destino acusé, y acusé al cielo
Porque este corazón dado me habían;
Y de mi queja, y de mi triste anhelo
Los cielos se reían.

¿Do acudir?.

¡Ay!.

Demente
Visitaba las rocas y las olas
Por gozarme en su horror, llorar a solas
Y gemir libremente.

Un momento a mi lánguido gemido
Otro gemido respondió lejano,
Que sonó por las rocas cual graznido
De acuático milano.

De repente se tiende
Mi vista por la playa procelosa,
Y de repente una visión pasmosa
Mis sentidos sorprende.

Alzarse miro entre la niebla oscura
Blanco un fantasma, una deidad radiante,
Que mueve a mí su colosal figura
Con pasos de gigante.

Reluce su cabeza
Como la luna en nebuloso cielo:
Es blanco su ropaje, y negro velo
Oculta su belleza.

Que es bella, sí: de cuando en cuando el viento
Alza fugaz los móviles crespones,
Y aparecen un rápido momento
Celestiales facciones.

Pero nube de espanto
Tiñó de palidez sus formas bellas,
Y sus ojos, luciendo como estrellas,
Muestran reciente el llanto.

Cual manga de agua que aquilón levanta
En los mares del Sur, así camina,
Y sin hollar el suelo con su planta
A mi escollo se inclina.

Llega, calladamente
En sus brazos me ciñe, y yo temblando
Recibí con horror ósculo blando
Con que selló mi frente.

El calor de su seno palpitante
Tornose en breve de mi pasmo helado:
Creí estar en los brazos de una amante,
Y.

¿Quién, clamé arrobado,
Quién eres que mi vida
Intentas reanimar, fúnebre objeto?

¿Calmarás tú mi corazón inquieto?

¿Eres tú mi querida?

¿O bien desciendes del elíseo coro
Sola, y envuelta en el nocturno manto,
A ser la compañera de mi lloro,
La musa de mi canto?

Habla, visión oscura;
Dame otro beso o muéstrame tu lira:
De amor o de estro el corazón inspira
A un mortal sin ventura.

No, me responde con acento escaso,
Cual si exhalara su postrer gemido;
Nunca, nunca los ecos del Parnaso
Mi voz han repetido.

No tengo nombre alguno,
Y habito entre las rocas cenicientas,
Presidiendo al horror y a las tormentas
Que en los mares reúno.

Mi voz solo acompaña los acentos
Con que el alción en su viudez suspira,
O los gritos y lánguidos lamentos
Del náufrago que espira.

Y si una noche hermosa
Las playas dejo y su pavor sombrío,
Solo la orilla del cercano río
Paseo silenciosa.

Entro al vergel, so cuya sombra espesa
Va un amante a gemir por la que adora;
Voy a la tumba que una madre besa,
O do un amigo llora.

Pero es vano mi anhelo;
Sé trocar en ternezas mis terrores,
Sé acompañar el llanto y los dolores,
Mas nunca los consuelo.

Ni a ti, infeliz: el dedo del destino
Trazó tu oscura y áspera carrera.

Yo he leído en su libro diamantino
La suerte que te espera,
A vano, eterno llanto
Te condenó, y a fúnebres pasiones,
Dejándoos sólo los funestos dones
De mi amor y mi canto.

De ébano y concha ese laúd te entrego
Que en las playas de Albión hallé caído;
No empero de él recobrará su fuego
Tu espíritu abatido.

El rigor de la suerte
Cantarás solo, inútiles ternuras,
La soledad, la noche, y las dulzuras
De apetecida muerte.

Tu ardor no será nunca satisfecho,
Y sólo alguna noche en mi regazo
Estrechará tu desmayado pecho
Iluso, aéreo abrazo.

¡Infeliz si quisieras
Realizar mis fantásticos favores!

Pero ¡más infeliz si otros amores
En ese mundo esperas!

Diciendo así, su inanimado beso
Tornó a imprimir sobre mi labio ardiente.

Quise gustar su fúnebre embeleso,
Pero huyó de repente.

Voló: de mi presencia
Despareció cual ráfaga de viento,
Dejándome su lúgubre instrumento
Y mi fatal sentencia.

¡Ay!

se cumplió: que desde aquel instante1
Mi cáliz amargar plugo a los cielos,
Y en vano a veces mi nocturna amante
Volvió a darme consuelos.

Mis votos más queridos
Fueron siempre tiranas privaciones,
Mis afectos desgracias o ilusiones,
Y mis cantos gemidos.

En vano algunos días la fortuna
Ondeó sobre mi faz gayos colores:
En vano bella se meció mi cuna
En un Edén de flores:
En vano la belleza
Y la amistad sus dichas me brindaron:
Rápidas sombras, ¡ay!

que recargaron
Mi sepulcral tristeza!.

Escrito está que este interior veneno
Roa el placer que devoré sediento.

Canta, pues, los combates de mi seno,
Infernal instrumento.

Destierra la alegría
Que nunca pudo a su región moverte,
Y exhala ya tus cánticos de muerte
Sin tono ni armonía.

Y tú, amor, si tal vez te me presentas,
Yo pintaré tu imagen adorada,
Describiré el horror de las tormentas
Y mi visión amada.

En mi negro despecho
Rocas serán mis campos de delicias,
Lánguidas agonías mis caricias,
Y una tumba mi lecho.