Recuerdo a todos y a
cada uno de mis vecinos.
No sé sus nombres
pero sé cómo pisan.
Sé que tienen miedo,
sé que son unos cabrones
que llevan una vida
miserable, y
que no salen de casa.
Que tienen un trabajo
embrutecedor, y mienten
cuando dicen que
les encanta.
Mis vecinos son
una condena permanente.
Sé que cuchichean a
mis espaldas tratando de
averiguar cómo vivo.
Sé que me vigilan
cuando salgo del portal,
que fisgan por la
mirilla para saber
si vengo acompañada.
Que pegan el oído
a la pared del salón
y me oyen cuando
hablo sola.
¿Cuántas veces habré
mandado a la mierda
a mis vecinos?
Sé que sus vidas
se han acabado
– por completo-
y yo,
no voy a hacer nada
para cambiarlas.