Movimientos para fijar el escenario (I, III, V, VII) de José Carlos Becerra

I

Para que el Paraíso Perdido pueda salir del sombrero,
y la Historia se desprenda como una máscara de los rostros de los muertos,
es necesario tomar este escenario por asalto.

Consideremos, por principio, la trama que nos rodea.
Más allá de la lluvia, los árboles del parque se buscan el verano en los bolsillos,
y el viento es el plumaje de un pájaro que cada vez que existe se marea,
aún a pesar de las ramas de todos esos árboles, que parecen ponerle un “hasta aquí” al vacío,
más allá o más acá de esta lluvia que sirve de telón al escenario,
donde el mago se quitará el sombrero de copa para inventar que tiene un sombrero de copa,
para inventar que es el mago que toma por asalto el escenario,
donde los rostros de los muertos resbalan como una máscara de cera, que arrastra tras de sí
el curso derretido de la Historia.

Pero aún entonces el Paraíso Perdido bien puede quedarse dentro del sombrero, entre una paloma y un reloj.
La paloma debe salir a investigar si la lluvia ha cesado,
el reloj debe quedarse para marcar el tiempo que la paloma empleará en no regresar nunca.
Y el Paraíso Perdido entre la paloma y el reloj, se transfigura en el pañuelo de colores con el mago,
una vez terminado su número, se sonará las narices.

Delante de los árboles del parque el telón de la lluvia baja lentamente.
Entre el pasto las bestias cabecean embriagadas por la humedad desconocida que, junto con la ausencia de la paloma,
vuelven al interior del sombrero de copa del mago.

La Historia sopla el cuerno de caza,
y el mago nos saluda desde el escenario.

III

Lo que endurece al árbol es el aire quedado en las ramas,
los restos del movimiento de las alas del pájaro y el calor que consienten las nubes al mediodía,
la mano del verano metida entre las hojas como el cuerpo
de un animal que habita sedosamente en la copa del árbol.

No importa si la lluvia propone,
ablandar ese orden que la madurez de los frutos no intercepta, ya que caen al suelo a su rodado tiempo.
El árbol está inmóvil y sin embargo se mueve,
gira y es en su sombra donde encuentra su lecho, su estuche que la luz abre y cierra,
y el aire que se endurece entre sus ramas
bien puede despertar al contacto sedoso del animal parecido a la mano del verano.

Porque se hace sólido, se vuelve rama ese aire, combinación de altura con curva de tierra,
el fruto que es instado a madurar,
debe mostrar el tiempo con su peso en el viento que está inmóvil
dentro de la fragancia,
donde la muerte es breve rechazo ya absorbido.

V

Lo que no desordena, no bebe en sus riesgos.
Abierto está el silencio como una mano entre las hojas de los árboles
como una realidad perdida por el viento.
Quiebre o resurrección para esa rama donde el otoño ha hincado los dientes,
la luz inmóvil para ese Paraíso Perdido a destiempo donde la imaginación
o su imitador, el recuerdo,
se llena de burbujas como los pulmones de un ahogado que desciende.

Todo ha ganado allí sin embargo su obstinación de hueso,
su forma de mano que aun al negarse puede asir, dar molde de posesión a lo que toca.

Quien ya no ama está cuidando su ganado en silencio,
se está sirviendo en silencio su comida en el plato,
y en su recuerdo, al árbol ya no le crecen ramas,
y el aire hace que la transparencia salga a flote sin que la estatua pierda el equilibrio.

Hordas de transparencia pastan alrededor de ese silencio.
Así todo reposa sin que nadie atice la hoguera,
sin que nadie deje que en su interior el árbol tome la forma que el deseo hizo suya al convertirse en puente entre luz y ventana.

Así todo fondeado,
sin que nadie solicite furia mayor por lo que no ha de venir, por lo que no pide ocultamiento.

VII

No es esa luz que sube lo que abajo extrema la sombra,
no es esa luz como un escarceo inmóvil, como una filtración que escurre hacia arriba,
no vaticina, no adelanta, no tiene un pie aquí y otro
en el tiempo que le falta.

A través de esa luz que muy bien puede no estar encendida, la sombra da de sí hasta colmarlo todo,
a través de esa luz desconocida hay un rayo de sombra que sin tocar rechaza.

Romper la cerradura de ese tiempo donde luz y sombra no representan ni se excluyen,
es abrir una puerta que no es repetición ni espacio faltante.

Es sólo una mirada ante su espejo
un rostro que aparece porque puede empañar, borrar con vida todo aquello que no tiene raíz dentro del espejo.
Es sólo el sombrero de copa de un mago, que nos saluda desde el escenario.
Entonces esa sombra tiene su propia luz y como sombra tiene que iluminar,
entonces alguien enumera todo lo reunido, esperando soñarlo algún día.