¡Qué osadía el querer abrir los velos de la muerte!…
En las hojas pálidas, y en las aves de los nidos. Idolatrando dioses de hojalata y placeres prometidos.
En un jardín envenenado por flores amargas, donde el sol se apaga y los grillos repiten sus notas tristemente.
Niño de miedo, procura estar quieto y silencioso, mientras lanzas a volar tu carroza de impotencia que chispea en los espacios tu reflejo.
¡Que osadía el querer abrir los velos de la muerte!…
De apretarla en tus delgados brazos y acariciarle los cabellos de algas.
De perseguirla hasta darle alcance y caer rendido a sus pies, embozado en una capa de oscuras nubes de humo.
Perdido en un olor a pega que muerde tu memoria. Quebrado en múltiples cristales, desplomas los sueños.
La muerte te alarga su mano de niebla y tú hinchas la voz y gritas.