Pienso en ese hombre que besa como si el mar fuera a
desbordarse, que siembra su sonrisa en mi piel con la altivez de
la espiga, que dibuja mi soledad sobre la niebla.
Pienso en ese hombre, dócil a mis ojos, fiel, pleno, íntegro.
Poemas de Yanira Soundy
Ha crecido el abril en mi abandono.
Ha venido a llenarlo todo con su llanto, para humedecer las
lunas del cristal, los tallos verdes, la gracia que toca el
suelo duro.
Se ha llenado de cigarras, que miran con tristeza.
Te toco en la memoria y una luz cae mar abierto, eres fuerza irresistible que me atrae y voluntad que precipita cada uno de mis pasos. Impulso que mezcla el gozo y la tristeza, suspiro y amor que corta el viento.
¿Qué importa si no estrecho más el coral de tus labios ni arribo a tus ojos con las sienes serenas?
Fallezco en el intento de tocarte, amor de tierra, espacio y piel, porque este viento sólo habla de tormentas y sombras que se rompen en pedazos.
Soy el beso virgen que prendido de tus ojos hace florecer todos sus campos; soy esa mujer, eternidad que yerra sola por la sombra, amor de manos ciegas.
En esta cárcel de mi alma giro sin huellas.
Soy la rosa ya palidecida, la hoja temerosa que tiembla entre tus alas, un nido vacío.
Detrás de mí, están el suspiro largo y frío, una lejana música, ardida piel prohibida.
Soy un amor de soledad, lleno de sombra, una fría ceniza de ilusión, un vuelo silencioso.
Se ha quedado quieto, conversando con el polvo y las hormigas, tiritan sus labios en un charco del parqueo que se traga su risa.
Se ha quedado quieto, sembrando maíz en los recuerdos, bajo los oídos de los árboles con una mancha que pinta la tristeza.
Esta noche ha entrado la luz casi dormida, atrapando estrellas y violines.
Ha venido con su boca helada y rendida, con su alma gris templando mis raíces.
Ha venido a tallar el tiempo, con un manojo de violetas, como un sueño sin aurora, pintado de nuevo con cenizas.
Cuando cubres mi espalda con el velo de la noche
y cruzas en silencio el húmedo paisaje de mi
cuerpo, el ala errante del viento
se quiebra en nuestro sueño.
La luna cae sobre el mar,
llena de silencios.
La tarde se vuelve tempestad, agua despeñada de lo alto,
voz de lluvia.
Soy esa mujer, la que no amas. El seno desnudo de tu
agónica luz, el enjambre prendido de tus ramas, el cristal
que sueña tu mirada.
Soy esa mujer, la que no amas. Breña, mata, punzante
jarra, calle muda por donde no se escuchan tus pasos y
cuerpo desnudo para el eclipse de tus ojos.
¡Favor detente en la próxima estación! (Primera Parte)
Tú en mis brazos y en tus ojos el ardor de mis sentidos
El majestuoso tren corre aprisa buscando el valle de la vida.
No me dices nada. Yo tampoco hablo.
Aprendo de memoria tu cuerpo y de todo emerge un algo profundo.
Me vestiré sin prisa,
mientras tu luz anida
en el gemido de mi pecho,
encadenada a tus surcos,
tus barrancos y tus selvas.
Me vestiré sin prisa con la piel solitaria,
hecha colina virgen y volcán en llamas.
Tendré la sangre en celo
encadenada a tu batalla,
y tú serás vertiente y filo
en el temblor de la mañana.
I
Bésame hondo y agudo, con un amor de viva llama; con sed,
intensa, fuerte.
Bésame en la rasgada noche, mientras tiemblan las aves del
cielo. Cíñeme a la rosa más leve, al silencio total, a la
última estrella.
I
Bésame hondo y agudo, con un amor de viva llama; con sed, intensa, fuerte.
Bésame en la rasgada noche, mientras tiemblan las aves del cielo. Cíñeme a la rosa más leve, al silencio total, a la última estrella.
II
Quiero la trémula sombra de un ave, para oírte en el vuelo del silencio, y dormir en ti, con el beso de tu honda, en tu montaña pálida, con un poco de alas.
Te encuentro lejanamente ausente, húmeda en silencios. Abriendo la memoria al viejo sillón desocupado de mi padre, con el alma perdida, amando lo que no está, lo que se ha ido.
Yo que te busco para hacer frente a mis problemas, para estar cerca de ti, en las noches de viento, en los ríos que desatan mis sueños.
La muerte llega con un gesto de burla, a quebrar su nombre entre las fábulas.
María, más pequeña que un dedal, detiene el paso.
Al verla, los árboles se empinan sobre sus raíces, con una curiosidad que los agiganta. Y ella, traslúcida, descalza, débil, recién desgajada en la noche, cae contra el suelo.
¡Qué osadía el querer abrir los velos de la muerte!…
En las hojas pálidas, y en las aves de los nidos. Idolatrando dioses de hojalata y placeres prometidos.
En un jardín envenenado por flores amargas, donde el sol se apaga y los grillos repiten sus notas tristemente.
A esa pequeña que murió en el vientre de María…
¿Para qué despertar, Niña Durmiente?
Entre un charco de sangre y periódicos rotos, con una madre huelepega y un letargo de cosas amargas.
Ve a la blancura del sol, a las divinas horas en que se eternizan los instantes, a un cielo de sorpresas donde juegues con el mundo inocente entre tus manos.
Volví a estremecer mis entrañas. Era la hora de la
estrella, la hora en que llegarías a mi vida, desde un
barco peregrino cargado de deseos.
Era la hora y así llegaste, acariciándome el corazón con
el milagro de un latido, que se llenó de asombro con mis
sueños.
A ese pequeño dragón que habita las calles del boulevard Los Próceres…
¿Quién deshizo tu vida con el fuego?
El secreto de la piedra o el hambre…
Niño moribundo en las ciudades, cuerpo desnudo que toca a nuestras puertas.
Es la hora de morir entre las llamas.
Carta a Pulguita
PULGUITA:
¿Que haces sentado dejando escapar tu vida entre pedazos de vidrio?
Descubre tu rostro en el agua oscura y mira tu sonrisa por primera vez.
Deja escapar tu alma de niño, entre los sueños y colorea el canto de las ranas.
La luz cae como una hoja seca para iluminarte todo…estás
largamente desnudo.
Otra vez tus dedos ansiosos traspasan mi pecho y el amor sube
en sílabas de humedad hasta mis senos.
Tus labios erizan el manto de mi piel hecha de lunas, mientras el
timbre de tu voz pone sonido al viento.
Este día en el ascensor, la inquietud ha vedado nuestro beso. A pesar de vernos llegar sin el usual cargamento de miedos y quimeras, con los ojos de ópalo y la sed que arde en nuestros cuerpos.
Estás frente a mí , como un jardín de tallos en mis venas, donde estallan flores encendidas.
Prefiere verse rubia de polen que llenarse de perfume.
Lleva en la mirada la luz de las luciérnagas
y bajo sus alas blancas, una canción de niña que arrulla a sus muñecas.
Hace sonar sus piedrecillas de colores y lee mis libros con sus vocales sueltas.
Te vas y vuelan resignadas las gaviotas. Ya no llenaré tus oídos con mis rosas ni mojaré mi ayer con desventuras. Caminaré sin ti bajo este cielo; será como vestirme de una voz nueva, y aprender a vivir como las aves.
Caminaré sin ti, y será por siempre de esa forma; mojarán la tierra los inviernos y vendrá de nuevo el sol, y tú no estarás conmigo.
El viento es monótono y seco. Pasan los días como los sueños y las voces, el ayer lánguido y triste.
¿Cómo escuchar tu voz en los labios del silencio?
Mírame – en la inmóvil yedra- imaginándote en la calma del ocaso, bajo la luz de un cielo estrellado.
Por ti he sembrado la esperanza en los rincones, temblorosa de miedo y
cubierta de tu inmensidad.
He vuelto a escribir con las pupilas húmedas tu luz sobre la hierba.
Hoy hablo con la tibieza cóncava de mis manos, he recuperado la dulzura de
esperar, sin jinetes que invadan mis recuerdos ni alfileres que entren por
mis poros.