Noche final, si al fin tengo que verte,
sé una duelista noble y dame el sable
con el que en nuestro duelo inevitable
no esté dejado yo sólo a mi suerte.
Si la naturaleza no subvierte
su orden por más lucha que se entable,
déjame por lo menos la improbable
ocasión de intentar matar mi muerte.
Mientras me agujereas el jersey,
con el aroma aún del largo abrazo
que tú reducirás a signo puro,
sólo se negará a tu única ley
la intemporalidad a la que emplazo
amando hacia el pasado y el futuro.