Nada queda de nuestro
palomar blanco, donde
sentimos el primer
vértigo nada queda
del almendro en el que
imaginábamos lianas
y éramos dos tarzanes nada queda
de la tapia que el mundo dividía
en territorio apache
y en territorio sioux nada queda
del cuarto de las ratas
que olía a viejas historias y tampoco
queda nada me han dicho
de la terraza ni de la
galeria de cristal donde el sol en invierno
se acurrucaba como un gato nada
queda de la escalera
de caracol ya nada
del jardín con castaños con acacias
con ¿qué? donde aprendimos a montar
en bicicleta nada
queda de nuestra casa
primera
Hay una valla
y detrás nada, los expertos
han medido el terreno con sus metros cuadrados
con sus gafas cuadradas han aojado el terreno
con sus zapatos negros han sumado la tierra
de nuestra infancia que hoy no tiene
dónde meterse:
está prohibido
el paso a los ajenos a la obra.