Carta a J.R.J.
Mínima aldea de muertos olvidada
sino por ti y por mí colgados de los árboles
-cipreses, claro-
con los ojos muy abiertos
entre terribles rascacielos entre
el sueño de los vivos
y el sueño de los muertos
que no se encontrarán: dos paralelas…
Entre todos los tráfagos de todas
esas actividades te fijaste en el viento
que barre de las tumbas agrietadas la nieve
Prosiguen sin embargo
las cuatro tapias concurridas fuera:
la tapia del taxímetro
la del paso elevado
las del tranvía y el metro con su escolta
de dorados & Cé mientras la alquimia
de las losas y el polvo contemplamos:
pobre pozo de muertos con campanas ahogadas
por los timbres burócratas
las bocinas silbatos y las excavadoras
Y aquí sí que no creo -se ha estrechado
el nudo desde entonces,
1916, bastante-
que valieran la pena como tú lo creíste
la escasa yerba y la flor roja
única que brotaban y de cuya hermosura
infinita quedaba, según tú,
la ciudad viva desterrada:
el tiempo
ha venido a decírmelo y mi soga,
por más nueva, aún resiste.