Narcisos de Antonio Cabrera

(Narcissus poeticus)

Me indicó alguien
que aquellas flores blancas crecidas entre juncos
eran narcisos.
En pleno mes de enero, florecían
bajo el cielo nublado y la inclemencia.

Así pues, el narciso es la aterida flor
que el invierno regala,
pensé entonces, vencido por la literatura.

De vuelta a casa, con cuidado ritual
–tal vez exagerando una fragilidad leída–
formé un pequeño ramo y lo dispuse
en un jarrón ingenuamente griego.
Su perfume imponía una emoción sin forma,
una reminiscencia débil
de palabras de un poema
donde ellos significan,
inevitablemente, el yo,
la incógnita
en su nívea hermosura.

Pero esta mañana,
al contemplar el ramo tras haberlo olvidado,
no he visto flores literarias, fingidas,
sino breves narcisos
silvestres,
y no he pensado nada,
y me ha abrumado
su inaudita delicia incontestable
puesta sobre la mesa.