Ninguna noche ha sido como anoche,
Neruda, para ti; ¡los tibios besos
que te ofreció Matilde, ya dormida
en el camino largo de tu pecho!
Mas anteanoche hallaste extraña lengua
que te lamía con un duro fuego,
y amaste a otra mujer, así, tumbado
encima de su bata y de su pelo.
También tuviste noches solitarias.
Que el hombre se halle solo es siempre bueno,
dijiste entonces, y arrimaste un ojo
sin lágrimas al nácar del espejo.
¡Amores que tuviste! No hubo nadie
a la que tú negaras, Pablo, un beso.
A todas alcanzó tu ardiente sangre.
Y todas con tu fama se vistieron.
Te derramaste en cuanta forma hubiera
y te quedabas siempre tan entero.
La cita con tus novias noche a noche
no fue atrasada; tú estuviste a tiempo.
Ufano y puntual llegaste a todas.
Y aún hoy llegas con el sur del viento.
Pues ése es tu deber: llegar, quitarte
besando a tu querida, tu sombrero.