No lo podrás creer, pero los días
-hondón de soledad, arte cisoria-
se me pasan llorando en la memoria
y contemplando tus fotografías.
No saber nunca que me morirías,
lejana luz, herida transitoria,
y otra vez regresara a aquella historia
y a desbesar tus manos de las mías.
Y a mendigarte lo que amé: tus ojos
-oceánicos pájaros, ficciones
donde el cóndor y el vuelo ultramarino-
y el predio dulce de tus labios rojos
-ay, muro eterno de lamentaciones-
y el mar de nieve de tu cuerpo andino.