Mi cuerpo es como un pájaro. Me alzo
sobre una cordillera de gorriones.
Las alas me empujaron en el salto,
se me llenó la carne de motores.
Hoy he vuelto a la vida. Libre, gano
mi oficio milagroso de ser hombre.
Mi cuerpo es como un pájaro. Me alzo
sobre una cordillera de gorriones.
Las alas me empujaron en el salto,
se me llenó la carne de motores.
Hoy he vuelto a la vida. Libre, gano
mi oficio milagroso de ser hombre.
Besarte no es amor, es irte oliendo
igual que huele el macho a su collera;
es saberte paloma mensajera
al gavilán las alas abatiendo.
Besarte no es amor, es ir pidiendo
besana donde hundir mi sementera;
es ser igual que el toro en la pradera
huyendo de la hembra y embistiendo.
Cuando pasa una joven como tú salta el pecho,
se compran las parcelas de este sitio acotado.
No hay un cuerpo en la tarde que te iguale, criatura.
Porque vas explicando lo que queda de verte,
poniendo orden a un mundo que no está en este reino.
Cuando toco tu mano siento el río
de las madres, el agua y sus veneros,
la siembra por hacer y los aperos
de mi labranza muerta en calorfrío.
Cuando toco tu piel, todo el rocío,
la madre tierra, campa por sus fueros,
y en mi sangre los altos aguaceros
domeñan sus furores al estío.
Porque tu nombre estaba todavía
sin estrenar los labios, porque era
un acertijo más, una pulsera,
un trino de gorrión que no sabía.
Porque tu nombre estaba como un día
sin pájaros, oasis sin palmera,
fuente que le faltaba torrentera,
risa que no encontraba la alegría.
Llueve la nieve y llueve en tu mirada.
La nieve nieva y llueve tan deshora,
que a tus ojos, tan negros, los decora
de una pequeña ruta de nevada.
Está nevando nieve enamorada.
La nieve por tus ojos se enamora
nevando tu mirar, que nieva y llora
la aurora del nevero deshojada.
Cuando me llegas con tu luz y ordeno la gran copa caliente,
tus cabellos, tu novia mano de lebrel.
Y acuesto la carne junto a ti,
dejado el ventanal con sol, todo el silencio en sombra.
Y se deslumbra el aposento de un túnel sin color.
Porque tu pie no es árbol, sino vuelo,
paloma desmandada, extenso ramo,
la nota más viajera a tu reclamo
solucionó lo grávido del suelo.
Porque tu pie volaba por el cielo
con peso de sonoro miligramo,
la nota más viajera, como un gamo,
buscó lo forestal del violoncelo.
Si no fueses así, tan miniatura,
tan proyecto de madre o tan semilla,
si fueses ya mujer y no chiquilla,
cimientos de lejana arquitectura…
Si no fueses así, si tu cintura
fuese ya como un pozo, y tu mejilla,
hoy tan niña y sin polen, tan sencilla,
tuviese más aroma que frescura…
Si no fueses tan breve, tan pequeña,
hasta tus brazos fuera mi navío
buscándole a tu cuerpo el abordaje.
Eres un atlas. Van las cordilleras
sobre ti, mi Janine. Aguzanieves
cruzan tus pechos de pavor, de breves
brasas donde se encienden las hogueras.
Te cruza el rubio Sena. Torrenteras
nacen de ti, regatos de tus nieves;
aguas redondas, olas como leves
andarríos volando tus riberas.
Es elocuente cuanto no te diga, pues ninguna
palabra clarifica .
como el silencio.
Decirte adiós es esta copa larga
con un sabor a nunca. Sin embargo,
perdido entre el alcohol, hay en su fondo
un verso.
Ese es el tuyo.
Hueles como el verano. Desde el calor, lentísimas,
se me ofrecen las jaras y, en tus hombros,
lo flexible del mimbre y el lentisco. Tienes,
debajo de tus brazos, un herbazal tranquilo,
olor a prado en celo y a retama de un monte.
Justo donde la casa, el hormigón que gira
levantándose, las piedras
y el ladrillo obediente, estuvo, no hace mucho,
la selva.
En otro tiempo
Nada recuerda ahora
la feria del vivir .Las hierbas altas
de antaño. Tanto trébol.
Todo es hermoso ahora. Vive el alma
esta noche la paz. Desconocida
eras, y ya eres parte de mí. Vuelves
como si nada, nadie, separase.
Regresas. Siento cánticos contigo,
reconociéndote. Los ojos, si los abro,
cierran la flor del día, los fugaces
puntos de luz.
Llueve Janine. La azul cristalería
del agua se estremece en el tejado.
En la calle, el invierno. Aquí, a tu lado,
calienta el sol, la carne se confía.
Fuera, llueve. La triste melodía
de la lluvia de enero te ha llenado
de una música nueva.
Lo malo es que se olvida y un puñado
de tiempo se nos marcha hacia la nada.
Lo peor del olvido es el que en cada
cosa que fue vivimos de prestado.
¿Alguna vez leeremos del pasado
su página feliz como borrada?
Niño hermoso, qué tienes en las manos. Que rico
presente, voz silbante
de junco, das.
Mi puma más inocente, arroyo
de arrogancia, divino bien.
A qué callar. Te amo.
Dispones de la llave
del corazón. En esta tarde roja que hierve
cuando miras.
No es esa boca. Otra boca. Otros lugares
fueran del beso trampolín, batalla.
No es esa buril que besa y que te talla
la carne con vestigios circulares.
Sitio no de la tierra. Militares
defensas, torreones de muralla.
Rocas contra el impulso de la playa.
No lo podrás creer, pero los días
-hondón de soledad, arte cisoria-
se me pasan llorando en la memoria
y contemplando tus fotografías.
No saber nunca que me morirías,
lejana luz, herida transitoria,
y otra vez regresara a aquella historia
y a desbesar tus manos de las mías.
Suena este mar, tu corazón, bajo la piel.
Bello el reloj, se mueve .
Anda del seno tu lugar.
Potro en la nieve, se hace nuca su belfo.
Come de la bandeja blanca de las sienes.
Muere de delgadez. Y es ave,
relámpago concéntrico con peces
hechos música, luz, bolsa obediente
del diapasón.
Cuando nos veamos
¿nos conoceremos?
¿Seré el mismo por fuera,
tú la misma por dentro?
Cuando nos veamos
–si alguna vez nos vemos–,
¿seremos los que somos
los que fuimos seremos?
Cuando nos veamos,
cansados ya de vernos,
seremos estos mismos
que han dejado de serlo?
Este balcón da al mar.
Toco la espuma viajera, inagotable, de la orilla.
Sobre el balcón, volcado en La Castilla,
mis ojos dan al mar.
Lejos, la espuma dibuja un horizonte
que navega mi corazón.
Conozco cada grano de esa arena,
su nombre, su verano, su apellido.
Tú eres un vino, amor, dulce y espeso
que en cepa viva bebo enamorado.
Tú eres mi vino, mosto soleado
siempre recién pisado, siempre ileso.
Tú eres un vino, amor, que deja peso,
poso en el alma herida sin cuidado.
Quien puso en ti su mano tuvo ardiendo
la carne y perfumó su corazón.
Desde entonces mi piel se ha acostumbrado
a dormir en una sola habitación.
Después de tanto tiempo de visita
los dedos aprendieron la lección.
Las brasas de por fuera son por dentro
distintas al tocarlas como son.
La tarde todavía se escribe con tu nombre,
con una luz de plata sobre un bandoneón.
Se escribe en un cuaderno con hojas amarillas,
grabando cada letra tu nombre en un renglón.
Recuerdo que tenías dos ojos que cantaban
y una tienda con flores en la respiración.
Con este abrazo, herido de metralla,
he depuesto las armas y los sueños
Traigo la paz, el armisticio, blancas
alondras persiguiéndome los versos.
Mis labios anduvieron las batallas
con un fusil al hombro de los besos
Hoy traigo la noticia de las agua
y un tratado de paz con los almendros.
Y después fue el olvido. Fue la espiga
mártir del sol, esclava de la avena.
Fue enterrada en el polvo la azucena,
mancillada su casa por la ortiga.
Después fue ya el olvido -No castiga
la muerte más que aquello que condena
a ser sombra-.
Besarte no es amor, es irte oliendo
igual que huele el macho a su collera;
es saberte paloma mensajera
al gavilán las alas abatiendo.
Besarte no es amor, es ir pidiendo
besana donde hundir mi sementera;
es ser igual que el toro en la pradera
huyendo de la hembra y embistiendo.
Amor, contigo sólo y con la ola
en risa nueva y prisa apresurada.
Que tu boca me aloca, desbocada,
con bocados de mar y caracola.
Amor, ¿estoy contigo a solas, o la
luna cambia mi sombra desvelada?
¿O es tu boca la poca, la tasada
punzada que me toca y que me inmola?
En un lago asustado se confía
la exacta cuadratura de tu nieve
y, ya un espejo rosa, roza leve
la leve forma de tu geografía.
Por saber tu jersey topografía
asoma en dos colinas lo más breve;
lo más punzante, donde no se atreve
un alfiler a ser fotografía.
Por ser tu boca tanta, tan segura,
y abril tan loco y poco recatado,
yo llegué hasta tu labio desbocado
en busca de tu boca y su aventura.
Y te probé la miel, y su dulzura
dejó mi labio rojo tan manchado,
que mi pañuelo luce hoy un bordado
envidia de la aguja y la costura.
Recuerdo a Miss Gilmore, preludio de la nieve,
ébano solitario, violeta lastimada,
con un pájaro loco bullendo entre las manos
y en las tersas caderas un surtidor de agua.
Recuerdo sus cabellos, sus ojos infinitos
con un rumor de lumbres y selvas africanas,
y una cinta de flores llenándole los labios
de una fiel primavera de besos y de magias.
(fragmentos)
16
Cuando llegaste al ascensor se puso
color de tu cabello el aire todo.
Todo era rubio como tú y bellísimo.
Tus piernas paseaban en los ojos
de cuantos iban ascendiendo al cielo
y a la planta tercera.
Por no hacerle la guerra a la costumbre,
allí, en el probador. Allí tus pechos,
tan blancos, tan franceses, tan derechos,
tan altos como el álamo y la cumbre.
Buscando habitaciones en la lumbre,
sitios para la nieve, tibios lechos,
el mar se hizo cascada en tus estrechos,
ronda de espuma en cárceles de azumbre.
Quien puso en ti su mano tuvo ardiendo
la carne y perfumó su corazón.
Desde entonces mi piel se ha acostumbrado
a dormir en una sola habitación.
Después de tanto tiempo de visita
los dedos aprendieron la lección.
Las brasas de por fuera son por dentro
distintas al tocarlas como son.
Mirarme hoy es ponerse más triste que una calle
a la que el viento hubiese dejado sin visillos.
Es ser como una alcoba sin camas habitables,
como un tejado roto que asustara los nidos.
Me miras y te afliges y quieres acercarle
la memoria a mis ojos de nuestro tiempo vivo.
Tú, que tienes el tiempo sobre la mano y lloras
y piensas de mi vida que un astro es apagado,
me ofreces una carne de sueños y de esporas
y una larga abundancia desde el lecho habitado.
No encuentro otro homenaje más hermoso que verte.