Je suis celui au coeur vestu de noir?
Ch. D’Orleans
En la viudez de la alameda
por el árido suelo
pasan hojas secas danzando.
Paisaje vago como el revés de una seda…
eriales que el crepúsculo mulle de terciopelo.
Como princesas despojadas
en la selva por los ladrones,
las encinas acongojadas
que repelen los aquilones,
lloran en coro de aflicciones
yertas, medrosas, erizadas…
Todo en rededor es ceniciento,
es ceniciento…
Unas fuentes llaman a otras…
Como lanzas hostiles al viento
tiemblan las cañas del cañaveral;
y unas fuentes llaman a otras,
como ciegas perdidas entre un pinar;
cual esbeltas emperatrices
bárbaramente destronadas
las encinas acongojadas
rígidas lloran y erizadas…
Se desmoronan sus raíces,
sus almas hieren siete espadas,
reinas que el ábrego cobija,
pobres reinas de herido pecho,
¿de cuál, decidme, será hecho
el lecho angosto de mi hija?
Surge la luna de cabellos blancos…
A su fulgor los montes ciñen doradas fajas…
y se ponen los muertos a secar sus mortajas…
La luna riega sus cabellos blancos.
Por las desiertas avenidas
largas, tristísimas, profundas,
las encinas adoloridas
son como santas moribundas
-Arboles negros cuyo son
viene a espinar mi corazón:
¿cuál con tierna solicitud
servirá para mi ataúd?
Calló el viento… del éter fluye dorado río…
Como una afable, tímida enfermera,
inclínase la luna sobre la cabecera
de las aguas dolientes de un pantano sombrío.
Muerto, cansado de sus giros,
huyó el viento a la soledad;
las encinas acongojadas
ya no lloran, sólo suspiros
dan a la yerta claridad.
-¡Oh sedientas de la mañana!
¡Oh sedientas de luz radiosa!
¿dónde vivirá vuestra hermana,
la que verdecerá en mi fosa?