La hoja de papel donde escribo este poema
es una blanca mujer que me lee el pensamiento.
En su espalda desnuda el cuerpo que grabo
se convierte en pensamiento insensible.
Tan sólo un pequeño gesto
intentando ser.
Y, con todo, ese cuerpo es un lugar
donde nada muere:
tanto silencio resucitado
tanto tambor interior de palabras.
Sobre tu cuerpo muere el tiempo
y nace el deseo nunca serenado
de horizontes.
Tu cuerpo me envía la noche
cada día.