Del amor a las palabras queda sólo costumbre.
Se hace rito el misterio y un dios inútil
silencioso visita el asolado paisaje de nuestros sueños.
En espejos ardiendo miramos nuestro rostro
y la mano sostiene una flor que es de hielo y ceniza.
Si en ese atardecer canta un pájaro ciego,
¿qué nos devolverá su canto si aguarda ya la noche
para arrancar de nuestros ojos la luz última del mundo?