Los silencios deben parir por ende
silencios para permitirte sentado en el origen
nuevamente elegido tú mismo rey de tus melancolías
encontrarte.
Una oscuridad nace en tus alas
te amordaza los pulmones novios
bajo el humo en la basura trazada
con el pelaje disperso de las fieras
peleándose un pedazo de luz
sombra raída abismo recorrido
maletines con secas melodías
por donde la voz ya no asoma.
Y dejas de creer en el mendigo
que va cubierto con tus ojos hasta el atardecer
engullido en la rambla sobre el puente seco por el sol.
Sin saberlo tú mismo caes de la cruz de tregua y evasiva
en una mancha de tu abrigo muerto
arrugándose todos tus silencios
en la distancia de incalculables brazos que te mienten.
Atado lento a ciegas
abrigas la sed y la mueca entrelazadas
como un ojo marchito en el anuncio
se te olvida el cómo el dónde
y las garras del adiós dan el zarpazo
en la cara de lo que viste partir
al sucio de la espina clavada
que correrá de nuevo por tu sangre
-puño que conoces-
a exprimirte otra vez el corazón.