Restablecido apenas de mis males
principescos, percibo la elegancia
de los jardines de oro y la fragancia
de los fríos senderos otoñales.
Pienso que de cármenes lejanos
ha de venir, lo mismo que en un cuento,
una reina a curar mi desaliento
con las última rosas de sus manos.
Viene y va mi dolor como una esencia
de jazmines enfermos en el leve
y angustiado sigilo de la brisa.
Es tan sensible mi convalecencia
que el vuelo de las hojas me conmueve
y me hace sollozar una sonrisa.