Alma, no me digas nada,
que para tu voz dormida
ya está mi puerta cerrada.
Una lámpara encendida
espero toda la vida tu llegada.
Hoy…
la hallarás extinguida.
Los fríos de la otoñada
penetraron por la herida
de la ventana entornada.
Alma, no me digas nada,
que para tu voz dormida
ya está mi puerta cerrada.
Una lámpara encendida
espero toda la vida tu llegada.
Hoy…
la hallarás extinguida.
Los fríos de la otoñada
penetraron por la herida
de la ventana entornada.
La luna entre los árboles
ennobleció el silencio de la noche armoniosa
y tomaron las fuentes vaguedad de pupilas,
y hubo meditaciones albm en las magnolias.
El misterio nocturno se aromó de azucenas,
conmovidas palabras vinieron de la sombra
Los amores antiguos, -seda triste, oro turbio,-
vivían en la voz helada de las hojas.
Tu voz, viajera de muchos siglos,
llegó apoyándose en un sueño.
En ningún país la reconocían.
No cabía en ningún recuerdo.
No sigas. Quédate. Eres mía.
Lo sé desde el alba del tiempo.
Tus ojos perseguidos
todavía tiemblan de miedo.
Amante silenciosa de una noche,
fina muñeca de marfil antiguo,
cuando mi cuerpo duerma el sueño largo
recuerda al extranjero que te quiso.
Mi alma estará en la sombra, solitaria,
y en la neblina viviré perdido.
Entreabre las ventanas, y tu lámpara
será como una estrella en el camino.
¿Qué largo silencio de nieve
te ha adormecido el corazón
y qué estrella lejana llueve
su frío en tu desolación?
¿Qué claro arroyo de agua pura
se ha llevado tus pensamientos
y en qué jardines de locura
se inmovilizan tus momentos?
Restablecido apenas de mis males
principescos, percibo la elegancia
de los jardines de oro y la fragancia
de los fríos senderos otoñales.
Pienso que de cármenes lejanos
ha de venir, lo mismo que en un cuento,
una reina a curar mi desaliento
con las última rosas de sus manos.