Abajo. Enterrada. Puedo oír
risas leves y pasos; la estridencia
del cristal y el acero
los invasores de quienes tenían
el bosque por refugio
y el fuego por terror y algo sagrado
los herederos, los que levantaron
frágiles estructuras.
Mi corazón enterrado por décadas
de pensamientos anteriores, reza todavía
Ah derriba este orgullo de cristal, babilonia
cimentada sin fuego, a través del subsuelo
reza a mi inexpresivo fósil Dios.
Pero se quedan. Extinguida. Siento
desprecio y, sin embargo, pena: lo que los huesos
de los grandes reptiles
desintegrados por algo
(digamos por el
clima) fuera del ámbito
que su simple sentido
de lo que era bueno les trazaba
sentían cuando eran
perseguidos, enterrada entre los suaves inmorales
insensibles mamíferos deshechos.