Salpicada de espuma, de salitre,
desnuda, desde el mar,
viene gritando:
La vida, sí, la vida misma:
¡Un delirio por los prados!
Desde mi ventana blanca,
con los brazos extendidos,
la estoy llamando con voces
de un ardor desmelenado.
Salpicada de espuma, de salitre,
desnuda, desde el mar,
viene gritando:
La vida, sí, la vida misma:
¡Un delirio por los prados!
Desde mi ventana blanca,
con los brazos extendidos,
la estoy llamando con voces
de un ardor desmelenado.
La bonita mentira de cada día
no engaña a nadie, pero ayuda a vivir, y exalta.
No pido más.
Amanece inundando.
Los pájaros cantores
cierran los circuitos eléctricos del día.
¡Es la belleza, es la vida!
Mi vicio, mi locura, mi alegría,
¡todavía muchacha!
Mi nunca suficientemente amada,
cámbiame los ojos si así quieres,
pónmelos de ira.
Es lo mismo. Me das vida.
Tus gritos y mis gritos en el alba.
Nuestros blancos caballos corriendo
con un polvo de luz sobre la playa.
Tus labios y mis labios de salitre.
Nuestras rubias cabezas desmayadas.
Tus ojos y mis ojos,
tus manos y mis manos.
Yo me siento. Tú te sientes. Nos sentimos,
estamos juntos. Somos
terriblemente dichosos,
como el cielo siempre azul, como el espanto,
como la luz que es la luz,
como el espacio.
Si ahora me preguntaran por qué estoy tan contento,
diría: «Porque soy.»
Y al decirme sería un poco menos.
En la alcoba sombría,
entre fríos basaltos,
el vientre monumental y luminoso
de una estatua de mármol.
La lluvia adormecía los secretos
y pulsaba tensas cuerdas
en el arpa del silencio,
mientras un ángel, envuelto
en un nimbo deslumbrante de misterio,
acariciaba con un gesto indiferente
los senos de las diosas.
También tu cabello vuela sobre el mar con el enebro dorado.
Con él se vuelve blanco, entonces lo tiño de azul-piedra:
el color de la ciudad donde al final fui arrastrado hacia el sur…
Con jarcias me amarraron Ya cada una ataron una vela
y me escupieron Con sus bozos brumosos y cantaron:
«¡Oh atraviesa la mar!»
Yo sin embargo pinté como una barca mis alas con púrpura
y con mi estertor dime brisa y antes que durmieran me hice a la mar.
Hay una hora que hace del polvo tu escolta,
de tu casa en Paris, lugar de sacrificio de tus manos,
de tu ojo negro, el más negro ojo.
Hay una estancia donde un tiro de caballos se detiene para tu corazóm.
A una y otra mano, allí
donde me crecían las estrellas, lejos
de todos los cielos, cerca
de todos los cielos:
¡Cómo
se vela allí! ¡Cómo
se nos abre el mundo a través
de nosotros!
Tú estás
donde tu ojo está, estás
arriba, estás
abajo, yo
encuentro salida.
En el venero de tus ojos
viven las redes de los pescadores de la mar errabunda.
En el venero de tus ojos
el mar mantiene su promesa.
En ella arrojo yo,
un corazón que entre los hombres ha morado,
lejos de mí mis vestiduras y el resplandor de un juramento.
Aquí -es decir, aquí donde la flor del cerezo quiere ser más negra que allí.
Aquí -es decir, esta mano que le ayuda a serlo.
Aquí -es decir, aquel barco en el que remonté el río de arena:
amarrado
fondea en el sueño que esparciste.
Para René Char
A la cadena atada
entre oro y olvido:
la noche.
Ambos quisieron prenderla.
Ambos consintió en su hacer.
Pon,
pon también ahora allí lo que quiere
albear del crepúsculo junto a los días:
la palabra sobrevolada de estrellas,
sobrebañada de mar.
Noches de Umbría.
Noches de Umbría con la plata del címbalo y de las hojas del olivo.
Noches de Umbría con el canto que hasta aquí trajiste.
Noches de Umbría con el canto.
Mudo cuanto ascendió a la vida, mudo.
Bisiestos siglos, bisiestos
segundos bisiestos
nacimientos, novembreantes, bisiestas
muertes,
en automáticos panales archivados
bits
on chips
El poema-menorá de Berlín,
(¿inasilado, in-
archivado, in-
asistido? ¿En
vida?),
estaciones de lectura en la palabra tardía,
puntas de llamas vigilantes
en el cielo,
perfil de crestas bajo el fuego
sensaciones, tejidas
por la helada,
arranque en frío-
con hemoglobina.
Cuando la Taciturna llegue y decapite los tulipanes,
¿Quién saldrá ganando?
¿Quién saldrá perdiendo?
¿Quién se asomará a la ventana?
¿Quién pronunciará primero su nombre?
Alguien que es portador de mis cabellos.
Los lleva como se lleva a los muertos en las manos.
Ciégate para siempre:
también la eternidad está llena de ojos-
allí
se ahoga lo que hizo caminar a las imágenes
al término en que han aparecido,
allí
se extingue lo que del lenguaje
también te ha retirado con un gesto,
lo que dejabas iniciarse como
la danza de dos palabras sólo hechas
de otoño y seda y nada.
También tu
herida, rosa.
Y la astada luz
de tus búfalos rumanos
en lugar de una estrella
sobre el lecho de arena,
en el émbolo que habla,
el superrojoceniciento.
Con todos los pensamientos me fui
fuera del mundo: allí estabas tú,
mi sosegada, mi abierta, y-
nos recibiste.
¿Quién
dice que se nos murió todo
cuando se nos quebraron los ojos?
Todo despertó, todo comenzó.
Grande vino un sol flotando, radiantes
se le enfrentaron alma y alma, claras,
imperiosas le presilenciaron
su órbita.
En mi mano el otoño come su hoja: somos amigos.
Extraemos el tiempo de las nueces y le enseñamos a caminar:
regresa el tiempo a la nuez.
En el espejo es domingo,
en el sueño se duerme,
la boca dice la verdad.
No busques en mis labios tu boca,
ni en la puerta al extraño,
ni en el ojo la lágrima.
Siete noches más arriba
pasa el rojo hacia el púrpura,
siete corazones más adentro
insiste la mano en la puerta,
siete rosas más tarde
se escucha el rumor de la cisterna.
Cualquier piedra que levantes-
desnudas
a los que piden la salvaguardia de las piedras:
desnudos
renuevan el entramado desde hoy.
Cualquier árbol que abatas-
armas
el lecho en donde
las almas nuevamente se acumulan,
como si no temblase
a su vez este
eón.
Abriste los ojos -Veo vivir mi oscuridad.
La veo hasta el fondo:
aún allí es mía y vive.
¿Traslada como tal a la otra orilla? ¿Se despierta al hacerlo?
¿De quién es esta luz que sigue mi paso,
para que apareciera un barquero?
En la fuente de tus ojos
viven las redes de los pescadores de la mar del extravío.
En la fuente de tus ojos
el mar cumple su promesa.
Aquí arrojo yo,
un corazón que se detuvo entre los hombres,
mi ropa y el esplendor de un juramento:
Más negro en lo negro, más desnudo voy.
En los ríos, al norte del futuro,
tiendo la red que tú
titubeante cargas
de escritura de piedras,
sombras.
Esa única
noche
de estrellas
propias.
Enhebrada de aliento de cenizas
hora va, hora viene,
por el sombreado de los párpados
de ojos cerrados de sueño,
reafilados
en almas
finas como flechas,
enmudecidas en la plática
con tartaleantes
carcajes con barbas
de algas aéreas.
Estaba
la pizzca de higo en tu labio,
estaba
Jerusalén a nuestro alrededor,
estaba
el aroma de los pinos albares
sobre el barco danés que regraciamos,
yo estaba en ti.
Negra leche del alba la bebemos al atardecer
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus
mastines
silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra
ordena tocad para la danza
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos en la mañana y al mediodía te bebemos al atardecer
bebemos y bebemos
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita cavamos una tumba en el aire no
se yace estrechamente en él
Grita cavad unos la tierra más profunda y los otros cantad sonad
empuña el hierro en la cintura lo blande sus ojos son azules
cavad unos más hondo con las palas y los otros tocad para la
danza
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y la mañana y al atardecer
bebemos y bebemos
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita él juega con las serpientes
Grita sonad más dulcemente la muerte la muerte es un maestro
venido de Alemania
grita sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como
humo en el aire
y tendréis una tumba en las nubes no se yace estrechamente allí
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos a mediodía la muerte es un maestro venido de
Alemania
te bebemos en la tarde y la mañana bebemos y bebemos
la muerte es un maestro venido de Alemania sus ojos son azules
te hiere con una bala de plomo con precisión te hiere
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
azuza contra nosotros sus mastines nos sepulta en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un maestro venido
de Alemania
tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita
Había tierra en ellos y
cavaban.
Cavaban y cavaban y pasaba así
el día y pasaba la noche. No alababan a Dios
que, según les dijeron, quería todo esto,
que, según les dijeron, sabía todo esto.
Cavaban y nada más oían;
y no se hicieron sabios ni inventaron un canto
ni imaginaron un lenguaje nuevo.
Habla también tú
sé el último en hablar,
di tu decir.
Habla-
Pero no separes el No del Sí.
Y da a tu decir sentido:
dale sombra.
Dale sombra bastante,
dale tanta
cuanta en torno de ti tú sabes extendida entre
medianoche y mediodía y medianoche.
De nuevo se ondula tu cabello cuando lloro. Con el azul de tus ojos
cubres la mesa de nuestro amor: un lecho entre verano y otoño.
Bebemos lo criado por alguien que no era yo, ni tú, ni un tercero:
saboreamos algo vacío y último.