Llamamos vida
a un desfile de dígitos cansados
zumban coléricas las moscas atrapadas en cárcel de cristal
el viento de la sangre remueve las cortinas
la luz por un instante parece herir la tapia filtrarse en el cemento
la oquedad se adivina y más allá
palpitan en la noche los astros encendidos
combaten los caballos por la flor las aguas por la piedra
la orquídea cobra vida en el torrente
a la luz de la Luna el musgo brilla con fulgor de diamantes en la hierba
no hay rutas convenidas ni semáforos ni siniestros carteles de prohibido pasar
pero abundan los cruces de caminos cuando menos lo esperas amanece
los hombres vagan a su antojo las sendas se disuelven a su paso
quiero decir que a la sombra de los robles te esperan los amigos que perdiste
y hay sábanas tendidas que guardan el olor de encuentros que no fueron
mujeres
que solitario amaste a la distancia
pero aquí el eco salva todos los precipicios
irrumpen de la nada las pasarelas del deseo
trenzan sus trayectorias en todas direcciones
el viajero termina por arrojar al fuego la brújula y los mapas
confiando sus pasos al instinto se interna en la espesura
aunque un día de pronto se detenga a contemplar las huellas de su viaje
despierte abra los ojos comience a comprender
nada importa cuán vasta la travesía se despliegue
la apariencia radiante de confines la ilusión derrochada en la aventura
todas las pasarelas conducen a la tapia
si se es fiel a un deseo si se sigue
su rastro hasta el final
nos aguarda el ladrillo hincado en tierra
la mansedumbre hostil de la costumbre
un olor a madera que envejece
un desfile de escenas repetidas
la cárcel de cristal
sin cerradura
Al fondo de mí mismo hay cuatro puertas.
Desciendo por el pozo hacia los hondos
canales que me surcan. Pecho adentro
cruzo la oscuridad a ciegas. Voy
palpando las paredes. Ahora el aire
es más puro. Vislumbro el resplandor:
la puerta del jardín de los deseos,
la puerta del instante prodigioso,
la puerta de la infancia recobrada.
Es inútil que llores, mujer, ven
a mis brazos, olvida
la fría hostilidad de los pasillos,
la asepsia de las gasas, el goteo
mecánico del suero. Ven. No traigas
las sombras a esta casa donde fuimos
felices, que su aliento
se quede tras la puerta:
no rezume en tus ojos y me rompa,
no calcine mis labios si te beso.
Y entre todos los días y sus noches,
y entre todas las vidas que aquí arrojan,
en esta habitación que no es de nadie,
sus sombras paralelas,
tu cuerpo de gacela apresurada:
Piel arriba la sangre remonta hasta tus labios,
te inundan las hogueras con su clamor de jungla,
desnúdate -me dices-, olvida las palabras,
y entre mis brazos huecos yo te siento temblar
como luna en el agua, contra mi pecho oscuro,
y me siento rozar el techo de los cielos,
tierra, fuego y ardor, cenizas que se yerguen,
coronas mi cintura con aluvión de vértigo,
se desertiza el mundo en torno de esta cama
y mis manos se aferran a la vida en las tuyas,
una lluvia muy honda te riega noche adentro,
la carne se disuelve con su rumor de sombra
y un vasto corazón nos pertenece.
Hay un hombre que grita en el vagón del metro.
Yo he visto allá en sus ojos la lenta caravana
de imágenes heridas, de minuciosas sombras
que acuden a su encuentro con el gesto de siempre,
con el gesto que nunca volverá a contemplar.
Hemos conocido vicisitudes de doble filo
aguas donde bañarse era imposible
tiempos de amor con un fondo blanco
y una ternura por mirarlo todo
que nos daba respuestas equivocadas
por eso me dirijo a ti. La mujer
que hoy piensa y siente a la vez
parece perturbada por la situación
y resbala entre recuerdos donde el amor
era la invención sublime de ser dos.
Soy César: Un traje gastado, dos corbatas,
va a llegar noviembre como dije
en un poema. Un tragaluz
me pone sombras y soy una mancha
que nació sobre una silla. «Me
doy contra todas las contras», un día
me gustó el olor a manteca, el
dormitorio usado, la palangana sin brillar
y se metió una mosca en mi cuarto
mientras buscaba el origen de mi felicidad.
Desde la sala de estar
porque en algún lugar tiene que situarse una
o en alguna parte, a veces
en la sala, otras en un recuento
de días y noches como bolas mágicas
sin contenido especial
bolas redondas y chatas en los extremos.
Días en los que vivir parece una tabla
que apuntala una ciudad, y luego
querer tomar café. Qué clase de correcta
inarmonía duele al desechar los azucarillos.
Un mundo en los dedos y un mundo
más hondo y desgajado que no late
en la mirada de nadie.
Cada año me convierto en un grupo de personas
que se disuelven en una calle peatonal,
los días dos de enero veo esparcirse
un trozo de mi alma
que yo contemplo apostada en una esquina
buscando en las grietas de la pared
una especie de recuerdo como de ventana
caída.
Se van.
Hacen cloc clac, como si chocaran.
Crujen dentro y fuera del agua,
están en otra parte: vuelan.
No hay números infinitos
sólo los que dividen unidades.
Mi mejor chaqueta para el espectáculo.
Tú estabas más vieja.
Todo lo que dice bordea el asunto.
Habla de tierra rara, de un hotel,
de varios obstáculos. Una mirada
complaciente casi le abraza. Llega
de un remoto trazo de letra. A cualquiera
no le escriben. Tengo miedo
de abrir los regalos, los dejo a la sombra
del mueble.
Podríamos incluso contemplar sin fastidio
ese amontonamiento de lo que ahora está bien.
Volver al deleite, anticiparse una vez más
a una especie de pérdida bajo las hojas
de papeles, en la cocina, los diarios,
la publicidad en el buzón, las hojas del campo,
y qué solos estamos cuando todo está bien,
qué pereza subir la escalera, qué rencor
de peldaños.
Mecánicamente asiste a donde debe ir
logra inclinar la cabeza, luego vuelve
una resaca, un pánico
ciertas bellezas.
Me da sorpresa bajar
por la ventura de mis emociones
porque para qué haber estado alta
si la fiebre la produce el recorrido.
Tengo un beso junto a la boca
y un tiempo para que dure
la sensación del beso que recibo
y la inscripción de la sinceridad.
No sé. Abro el buzón. Llegan
aquellas cosas mal puestas
en una silla o sobre ella.
Aturdirme de letras,
vivir tardíamente dos pasos
lo justo para intransitar lo cotidiano.
Verme en el espejo: sí, otro día.
Sí, son varios.
Alcanzar el absoluto tedio: designio y arcada
todo junto, los que sueñan son más astrales
que yo, no es preciso intuir ni saber, sólo
con el desliz de la mano hacia su cintura
me basta. Terquedad, frío, el hielo de la
noche de verano.
La cosa más profunda que he vivido
ya la he olvidado. Ahora sólo me importa
arreglar la ventana si se rompiera, o
limpiar los cristales. Todas las verdades
han sido un largo pronunciamiento sin fecha,
de pronto no recuerdo ninguna.
En esa, ciertamente, cansina mirada
un monólogo interior arde quemando los extremos,
se iza suavemente apagando paradojas
y, al final del trayecto, apunta una sola forma
la retina. Es brillante su punta, transparente
el cuerpo del objeto, lo llena de un líquido
blanquecino y lo mira ansiosamente.
Mirar la maravilla deletreando
un momento de ella, lo demás
ocurre sin sinsabor. Álgido
anochece muy enorme por lo que
tuvo de bueno. La vida se nombra
a veces. Un olvido también es
un sueño. El ocultamiento
me hace renacer, el oculto
carácter del brillo que sólo
se percibe intentando la felicidad.
De negro va, pero llega tardía
como siempre, es una imagen cotidiana
verla acercarse a las lindes de todo
como si el centro fuese un lado, y
teme mucho que la contradigan cuando
sin estar cobijada, el tiempo apremia.
Huir. Un vaso roto. Esquivar
al amigo de la yerba, los platos
de coñac, regalos, orfebrería
en baúles, tenazas de hierro
abundantes misivas, amontonar
largos caminos, ser la sed
en las rayas del labio, nótese
una humareda a lo lejos, una
impenetrable andariega.
Una pena repta por su ombligo. Ayer
ayer me dijo oblicuamente amor mío y
hoy, hoy tengo que ser áspera con la memoria,
enlazar las manos con ansiedad, tomar cafés,
hacerme cueva o nimiedad.
Tengo todo el instante resumido en un libro
y me abro de piernas para mentir:
la vida es un puzzle, preparo el potingue
de delicioso residuo y me congratulo con dios
muchas veces. Todas. A lo mejor me voy
poco espantada.
Es suficiente. Acaso se baste a sí misma
para luego parpadear. No la auguréis
de leve y poco mordaz, es una isla
de altivez escondida, un lloro breve.
La sabiduría del cabizbajo la tiene, empieza
tratados esculpiendo la letra y no ama
con destino, su amor es una sucesión
de sensaciones acunadas en un sueño
que preconiza.
Me ansía cuando se le seca la boca
bebiendo tragos, en los genitales le irrumpo
de mentira y se trajea con la tarde
que nunca vine. Meditando en montañas
de aguardiente elige cómo olvidarme.
Hora de ti bajando la escalera. No puede ser
que un labio sienta tanto desdén cuando mira
lo prieto que está sin quererlo. Me
abruma el rápido desliz con el que bajo
sintiendo la subida.
Dánzame. Es un día de curvas que se prolongan
al fragmentarse mi beso de saliva lluviosa
el trajín más artesano de la boca.
Esto que me parece flojedad es una oruga
que comprime como un rulo mi amor
por la distribución, que fuese inactiva
yo, me deja de parecer artístico. En pleonasmos
me repito siendo insólito el esquive.
Sí que es ser de día vestirme
cuando no tengo un sosiego enfrente
ni nada en el costado, chupada
de lástima voy vertiendo el traje
en mis brazos y lo encajo
como un sueño deseando un desnudo
más constante.
Raro debut de mi calambre.
Me costó la dicha saberla.
Me dijo panorama muy sancionadora.
Arrastré letargos y huecos días
mirándome las venas entre periódicos
releídos. Bajando la escalera del bar,
siempre con una enfermedad terrible
en mi soslayo recto.
Combar los pezones un poco soberanos
no me veta. Tampoco vadeo si surge
la bagatela. Me muero en pequeño,
casi de mentira, porque después soy como otra,
que se desarticula oceánica
y queda esparcida a modo de ápice.
Maldijo un cayado, ¡qué tonta!
por eso yo la tuve temblando
cinco noches. Sólo eso. Cinco
vómitos muy continuados,
a medida que la luz repetía
esa osadía esclarecedora.
Me conmovió tanta escalera,
tanto peldaño.
Y sus tacones.
hace tres días que todos los días son sábado por la mañana
acaricio el pomo de la puerta la idea de tenerte para siempre
por qué travis qué hay de esa oscura pregunta
por qué la casa en ruinas por qué él por qué ella
por qué el verano de mil novecientos setenta y uno
qué tuvo que pasar qué clase de química por qué
la huelga en el sector metalúrgico por qué el atasco
por qué llegaron rendidos y aún así se besaron
como si mi vida les fuera en ello
no muy lejos en esa ciudad con sus miles
de citas a ciegas hubo también otras noches
como ésta volviendo a casa -las vías
muertas del regreso las mismas preguntasÂ
y es que a pesar del amor de los brazos
y de las piernas abiertas la soledad regresa
con sus dudas
me dices que la cama de tu cuarto
está sin hacer que bajaste y todas
las tiendas estaban cerradas que hoy
es domingo que ayer sábado dijimos
muchas cosas mucho amor ginebra besos
que si tengo algo de pan o de ternura
que prestarte
como un caramelo saliendo del envoltorio
así me sentí la noche en que después de pintarme
de golfa tú por fin te decidiste una mejor
estrategia una retirada a tiempo y las cosas
no tendrían ese sabor que queda tras el fraude
me dejaste aquí tirada como un caramelo
después de chupado
la cabeza dentro del retrete los dedos en la garganta
hay un número determinado de neuronas que se pierden
después de una noche como ésta por más que lo intento
las tuyas siempre encuentran el camino
ahora estás en el mercado lleva tus ojos
hacia un cuerpo y un volante pruébalo úsalo
y rompe el contrato verás qué rápido aparecen
futuros arrendatarios tú pregunta por la marca
el modelo y la amplitud del asiento de atrás
no te reprimas déjate llevar por la erótica
del negocio
por más que se extiendan las ciudades hasta juntarse
unas con otras por más desengaños que el sexo la muerte
o las oposiciones nos deparen quedarán siempre las afueras
la oscuridad de los polígonos industriales la ineficacia
el ministerio de obras públicas por más que se empeñen
colectivos ciudadanos asociaciones de vecinos seguirán
amaneciendo los restos del amor en las afueras
quise borrar las huellas de aquel cuerpo
limpié con táifol el lavabo los restos
del afeitado corrieron por el desagüe
quise borrar la cita en el centro la puesta
en escena el vestido corto sus buenos modos
el beso a la salida del restaurante el sí
el día después la frialdad del desayuno
te despiertas miras la hora vas a la cocina
bebes agua te quedas sentada escuchando
el motor del frigorífico por el patio interior
los hijos de la vecina juegan a destrozarse
los oídos estás sola y te acude una inquietud
propia de domingos con resaca un nerviosismo
de condones rotos
los recuerdos son facturas a tu nombre
sé que el adiós tiene su rito y el tuyo
es dejarme vacía la despensa de los sueños
a veces me pregunto qué hicimos mal
te mandaré flores cada otoño puedes venir
por las facturas al menos las de la luz
estoy a oscuras por culpa de tus ritos
lou reed
yo he vivido mucho tiempo pendiente de un hilo
telefónico de un buzón sin cerradura de las manos
de unos hombres que no quisieron encontrarme
acumulando toda clase de pastillas esquivando
como pude los domingos por la tarde yo he vivido
demasiado tiempo al otro lado de la pantalla
mirando el amor por los anuncios
Empezar, todo joven, de nuevo aquel amor
es como abrir de pronto cerrado gabinete irrespirable
de agonía suntuosa
por donde ibas o flotabas, galgos,
crisantemos, formol, caobas rubias.
Tendida en la otomana de cachemir,
culpable, desencantada,
insomnio de lilas por el párpado,
abrías el cestillo de sierpes de los celos,
lumbre verde lamiendo
la áspera humedad de las hojas de higuera.
Alma feliz por siempre, pues lo fuiste un instante,
vuelve, ligera corza de la dicha pasada,
junto al frío torrente donde flota el recuerdo,
donde la rosa última de fugitivas horas
aún perfuma suave con su filtro de llanto.
Vuelve bajo la luna floral de primavera
a las tímidas huellas de dormidos senderos,
y aspira en esa rosa melancólica y pura
todo el bosque que arde perdido en tu memoria
con sus rojas maderas incendiando los días.
Entre la noche era la madreselva como de música
y el sueño en nuestros párpados abejas que extraían
de las lluviosas arpas del otoño
un panal de violetas y silencio.
Con un escalofrío se presentía entonces el amor fugitivo
como un trovador, bello de lazos y de cintas,
que, junto a un cenador donde una tea alumbra,
bajara por la escala del desmayado cuerpo de la infanta
al par que entre la fronda el ruiseñor perfuma de armonía la noche.
Vienes con el amanecer
o ya estás, estás sentado aún con las estrellas
en el duro escalón del arriate
donde encañados crecen los guisantes de olor
y el botón estallante de la amapola india,
el pequeño dominio urbano de tu siembra.
¿Quién sois, Señora, que dejáis vuestra casa sobre la cuesta,
vuestro camarín de buganvillas y luces
y vais llorosa en noche de tambores
-otra vez los tambores, ahora en gloria fúnebre-,
Señora enlutada que camináis hacia los patíbulos?
El madero se yergue sobre el monte
y pende a punto de caer el fruto bendito,
acorred, Señora de los ajusticiados.