Cuando me mira los faroles rojos
en la orilla del mar,
mi pescador, el de profundos ojos,
pone sus negras redes a pescar.
( El mar ante la noche se ilumina,
y sus olas doradas, al nacer,
florecen como un ansia repentina
en ojos de mujer.
Cuando me mira los faroles rojos
en la orilla del mar,
mi pescador, el de profundos ojos,
pone sus negras redes a pescar.
( El mar ante la noche se ilumina,
y sus olas doradas, al nacer,
florecen como un ansia repentina
en ojos de mujer.
La niña de mi lugar
tiene de oro las cejas,
y en la mirada, desnudas,
las luces de las luciérnagas.
¿Has visto pasar los barcos
desde la orilla?
Recuerdan
sus faros malabaristas,
verdes, azules y sepia,
que tu mirada trasciende
la oscuridad de la niebla
-y más aún, la ilumina
a punto de transparencia.
A Carlos Pellicer
¿Quién me compra una naranja
para mi consolación?
Una naranja madura
en forma de corazón.
La sal del mar en los labios,
¡ay de mí!
la sal del mar en las venas
y en los labios recogí.
Tu destrucción se gesta en la codicia
de esta sed, toda tacto, asoladora,
que deshecha, no viva, te atesora
en el nimio caudal de la noticia.
Te miro ya morir en la caricia
de tus ecos, en esa ardiente flora
que, nacida en tu ausencia, la devora
para mentir la luz de tu delicia.
A Bernardo Ortiz de Montellano
Un anciano consume su tabaco
en la vieja cachimba de nogal.
La tarde es solamente un cielo opaco
y el recuerdo amarillo de un rosal.
El anciano dormita…
Es tan triste la tarde para ver
un reloj descompuesto, y la infinita
crueldad de un calendario con la fecha de ayer.
Una tarde cualquiera
con la brisa
llegó para quedarse
Me tomó de la mano
Buscó abrigo
en mi sangre
se prendó de mi piel
perfumó mi tibieza
Con su soplo de hielo
me consume
¿Hasta cuándo la luz en la ventana
y el corazón ansioso
bebiéndosela a sorbos.
¿Hasta cuándo
la cacería de sueños
sin destino.
¡Mi corazón
amo de naufragios
no sabe cómo sobrevivir a la esperanza!
Tu paso
-de una sílaba-
por mi larga fila
de palabras vacías
estaba anunciado desde siempre
Tu paso de ecos
como la lluvia
de tu tierra amada
era realidad antes de verte
Tu paso
de cascabel y gaita
era lo que en mi alma acontecía
cuando la visitaban de niña los presagios
Las razones
que tuve para amarte
se borraron anoche
en la tormenta
Quedé limpia
Tu olor a huésped
voluptuoso en mis entrañas
se enredó con la lluvia
y se marchó
1
Me siento extraña
Percibo el ruido
del tiempo que camina
por mi piel.
2
Siento miedo
de acercarme al instante
en que la red se rompa
y el torrente impreciso
no fluya más en mí.
Hemos olvidado nuestros nombres
y nuestros pronombres se confunden
y se enlazan…»
Octavio Paz
Tu llovizna y mi niebla
Tu júbilo y mis ojos
Tus ojos y mi vientre
Mis manos y tu cuerpo
En esta estación de un sólo sueño
Mi entrega de agua transparente
Tu fuego
espiral en mis entrañas
Si la vida
nos regala otro encuentro
te dejaré ser tú
seré
sencillamente yo
Escucharé
la melodía
de tu música
y la mía
cuando se unan
Esta noche visitaré tu sueño
entraré silenciosa
disfrazada de ola o de tormenta
de lluvia o de gaviota
Caminaré tu adentro y arribaré a tu playa
Cuando despiertes
recordarás a aquella
que compartió contigo
tus «Saudades»
Esta mañana fue difícil
colocarme la máscara
No lograba encajarla conmigo
Tal vez llegó el momento
de cambiarla.
Tu olor a hombre
pasea por mi cuerpo
Tus manos ásperas
calientes
seguras
Mi abandono mi éxtasis
El tuyo
Por fin crucé la puerta
que confunde
recuerdos con cenizas
Tu silueta se yergue
ante mí
estática
vacía
Hoy
ya me fue imposible
recobrar tu sonrisa
Este manantial de caricias
no morirá jamás
Será -después de la partida-
paloma
viento
incienso
arena de desierto
Por si acaso llovizna por tu calle
y quieres secar tu cuerpo
entre mis brazos
Por si el silencio te acomete
y recuerdas el lenguaje extraño
que aprendiste a mi lado
Por si regresas
a humedecer de lunas los recuerdos
Por si el trópico te reclama impaciente
entre sus verdes
O por si acaso es de noche en tu morada
dejaré la puerta abierta
Ya no luches contigo
guerrero trashumante
Quédate en mí
Escucha la canción
que susurran mis manos y mis senos
Aprisiona la ternura
Apacigua mi arena
ansiosa de mar
Por hoy
dame la mano
para engañarme
Dame tu cuerpo
para saciar mi sed
Por hoy
sólo por hoy
enséñame a mentir
como te mientes
cuando repites
que únicamente el vuelo
de un ave migratoria
te une a mí
Tu guitarra y tu canto
aceptan su destino
Tu sangre
galopa por el tiempo
en busca de mi vientre
Tu palabra
se aleja
Borras cicatrices
y ese dolor antiguo
-casi tormenta-
se refugia azorado
en el olvido
Iremos por la vida como dos pajarillos
que van en pos de rubias espigas, y hablaremos
de sutiles encantos y de goces supremos
con ingenuas palabras y diálogos sencillos.
Cambiaremos sonrisas con la hermana violeta
que atisba tras la verde y oscura celosía,
y aplaudiremos ambos la célica armonía
del amigo sinsonte que es músico y poeta.
A veces una hoja desprendida
de lo alto de los árboles, un lloro
de las ninfas que pasan un sonoro
trino de ruiseñor, turban mi vida.
Vuelven a mí medrosos y lejanos
suaves deliquios, éxtasis supremos;
aquella estrella y yo nos conocemos,
ese árbol, esa flor son mis hermanos.
Busca en todas las cosas un alma y un sentido
oculto; no te ciñas a la apariencia vana;
husmea, sigue el rastro de la verdad arcana,
escudriñante el ojo y aguzado el oído.
No seas como el necio, que al mirar la virgínea
imperfección del mármol que la arcilla aprisiona,
queda sordo a la entraña de la piedra, que entona
en recóndito ritmo la canción de la línea.
Canción para los que saben
lo que es llorar…
¿Quién pudiera darte al viento
e irse al viento en el cantar!
Canción como lluvia fina
sobre el mar,
que se disuelve y es nube
que sube y vuelve a llorar…
Canción que en el alma es lluvia,
canción que es llanto en el mar…
¡Quién pudiera darte al viento
e irse al viento en el cantar!
Ella se niega mientras él insiste;
fogoso el amador, tenaz la bella,
en jiras el jubón de la doncella
la lucha apenas del amor resiste.
Casta no cede; pero mira triste
de aquel retozo la patente huella,
y con falsos lamentos se querella
y de astucia y de brío se reviste.
Cautiva que entre cerrojos,
frente a la angosta ventana
dejas espaciar los ojos
por la campiña lejana,
¿de qué te sirve tener
en el pecho un ansia viva,
si eres libre para ver,
y para volar cautiva?
Como hermana y hermano
vamos los dos cogidos de la mano…
En la quietud de la pradera hay una
blanca y radiosa claridad de luna,
y el paisaje nocturno es tan risueño
que con ser realidad parece sueño.
De pronto, en un recodo del camino,
oímos un cantar… parece el trino
de un ave nunca oída
un canto de otro mundo y de otra vida…
¿Oyes?