Sunt lacrimal rerum
La morbidez de un seno
adelantado hacia la mano, toca
esta cueva de mosto, este veneno
placentero y feroz, une tu boca
a su agresiva punta, sorbe, acaba,
nos pide. Así la piedra
busca un calor de labios o de lava
y, para completar nuestro delirio,
o nos enlaza en víboras de hiedra
u obscena eleva entre su puño un lirio.
La proa sepulcral
desarrolla un cartel: Son de las cosas
lágrimas. Tú, venera
estos restos que fueron manantial
de hazaña tanta. Si al tocar, piadosas,
tus manos estas losas, no sintiera
tu corazón pavor, que tu mirada
nunca vea la luz. Fui desdichado
porque nací. Feliz, pues he vivido.
Bellos, mas sin sonido,
proclaman los clarines la esperada
resurrección del cuerpo. Ha reclamado
en piedra la palabra luz futura.
Procaz el muslo cuanto quieto extiende
su frígida cascada;
sátiro, no de un bosque, ya no apura
vino marmóreo insípido; no enciende
ni la horrible amenaza
compasión. Sólo vibra la coraza
de un tal cadáver que fue hombre y quiere
andar entre los hombres, en la plaza,
y habla y nos oye y nos acecha.
Y muere.