A Delia Quiñónez
Desdoblado en pasión creadora,
‘parto terrible, inicio de mezcla’,
del Uno infinito y eterno
emergió ‘Eros, primer dios’.
Demoníaco y celeste, movedor
de cielo y tierra, clavó el ansia
feroz por la efímera cópula
hambrienta de eternidades:
Liviano y fúlgido de azules, el día,
se hizo roja llama, para hundirse
en el frío espesor de la noche y
su palpitante negro constelado.
El agua, acrisolada en nube, vuelta
lluvia, penetró la tierra, y la oscura raíz
se hizo rama y flor -móvil y deleitosa-
entregada al viento que la insemina.
Mientras los encelados animales
de ardientes sexos, se aparearon
a las propiciatorias hembras
en multiplicación fértil.
¿Cómo dejar, así, de buscarnos, si hasta
‘de los astros la mente ardorosa
moviéralos a engendrarse?’