Pasaje de ida de Claudia Herodier

Cuando el contorno se estrecha y nos asfixia,
cuando el amor que soñamos y esperamos
se queda trabado de una rama,
como cualquier piscucha…
Cuando andamos como las gallinas
y como las patas: buscando donde
desovar con la temperatura necesaria,
volvemos a unos brazos que existieron
nunca en nosotros.
Y es entonces que lo imaginado
cobra lugar de compensación sin nombre propio;
para que vayamos, dentro de nosotros mismos,
a vernos en ese cristalino que llamamos tiempo,
y nos estiremos como gusanos,
dando los largos, mas no los anchos,
de nuestras esferas en los anillos;
para que volvamos a buscarnos nombre, cuna,
y algunos cuatro tontos para llamar familia;
para que vayamos en busca de aquellos brazos interiores;
tal vez de un espejo y quizás de un peine.
Mas de repente, el contorno explota, y hace
que muramos.–Como si la muerte
y sólo ella, tuviera los brazos exactos
para el calor y el tacto de nuestro cáscara-cuerpo.–
Entonces, solo entonces,
cabe esperar a que se abran
los días con sus noches,
los volcanes con su fuego-misántropo,
encerronado y eterno.
Esperar porque el cansancio consuma
las palmas de una mano,
las huellas digitales,
prisioneras, en cadena perpetua…
Esperar en el semáforo a que pasen
los mendigos y los desocupados,
infinitas procesiones de crucificados
inútilmente
Que pasen los días con sus noches,
los volcanes con su fuego-encerronado;
el cansancio, las palmas, las huellas digitales…
El cansancio, el cansancio, que pase…