No. No es nacer.
Ni siquiera dormir.
Es soñar. Inquirir. Preguntar.
No llegar hacia la puerta.
Ni siquiera abrir una ventana.
No. No es nacer.
Es gemir. Llorar. apenas sonreír.
Y seguir y seguir y seguir…
Llorar.
Poemas de Claudia Herodier
Yo, la hija del extranjero
que lleva una india tras la cara,
alzo mis manos en las cumbres
y pateo firme la tierra larga.
Yo, la mujer blanca
nacida, criada y amamantada
en estas tierras americanas,
con mi pedazo de canela
creciéndome en las enaguas,
con una raíz en la distancia,
doy mi follaje, gaviota,
barco, vela, espacio, tiempo,
rayo del sol, lucero del alba,
petate, jarra;
de mi resina se alimentan
todas las aguas.
América, te percibo con el dedo
de los pobres,
desde tu íntimo deseo de ser mano.
Te percibo madre-padre de los que de ti
fueron arrancados.
Tu tierra ha ido puliendo
la nostalgia, día tras día,
hachazo, guaro, mujer pendiente.
Ésta es mi ciudad. Hay olor
de gente por todos lados.
Un olor atropellante
que galopa sobre las aceras
-y, aunque no haya aceras, galopa lo mismo-.
Olor que crece sin decrecer nunca
y va en su ascenso dejando rastro.
Infancia rectilínea la del hombre.
Jamás llega a reventar en su capullo.
Camina…
y va sin desgastar la suela.
La vida transcurre,
deslizado murciélago
de noches cerradas.
Al final de una gruta
una fuente y un árbol pispilean;
mariposas de musgo
se acercan.
¡Nunca mas el agua repite el mismo curso!
Hojas caen en los remolinos
del tiempo,
mientras el aire, tranquilo demiurgo,
hijo del éter,
vigila sigiloso
el aleteo de todo lo que existe.
Entraste en mí por un beso.
Luego,
ya no fue sólo un
beso.
Fuiste tú.
Con tu vergüenza de hombre
Con un traer recuerdos
a mi futuro:
con un depósito
de ventanas
y unos paisajes diarios.
Ventana hecha de cualquier cosa
y para cualquier hombre.
Tú me das al mundo en archipiélago de nombres,
y me quitas un ojo
y otro ojo me robas.
Me dejas ciega en mi pobreza de pobre.
Ventana de un mundo que se ordenó en desorden.
Países: vulgaridades sonoras,
silentes, pestilentes.
Países: sombras que a cada lado
se acomodan tratando de obligar
a la vida a que los piense
y los desee como únicos valores.
Hojas secas, tostadas a fuerza
de energía sintética.
Países que por pretender programar
desde unos huesos el futuro,
cierran un juego sin encarnar mas
que la nada.
(Mientras Carlos Cañas e Isabel de Sola escribían)
Triste vergüenza del hombre que camina,
que marcha puliendo su agonía,
retocando con alambres sus escaramuzas.
Vergüenza terrible de una estirpe
que momifica sus verdades
por la repugnancia que causa el conocerse
en lo que somos.
La antena de televisión
se confundía con la pantalla
de 36 mm de la casa del vecino.
Al otro lado, un transistor
daba las noticias del minuto:
Tres caracolas fueron encontradas
en las pirámides de Geoz.
Hace apenas dos horas
se acaba de dar por finalizado
el acto de inauguración
de la Tercera guerra Universal.
El esconderse siempre
de lo otro,
y mostrar
el celofán que cubre nuestra cáscara,
es tarea cotidiana
en la mentalidad pueblerina
del siglo veinte.
Vamos!
Estamos invitados a reventar
nuestra primer piñata…
Cuando el contorno se estrecha y nos asfixia,
cuando el amor que soñamos y esperamos
se queda trabado de una rama,
como cualquier piscucha…
Cuando andamos como las gallinas
y como las patas: buscando donde
desovar con la temperatura necesaria,
volvemos a unos brazos que existieron
nunca en nosotros.
Ahora que se habla de paz,
adónde quedó la guerra?
La guerra quedó,
en las profundas raíces de la paz.
El siglo esta aquí,
abierto ante los ojos.
Trae consigo la voz alzada,
la voz nacida de la profunda América.
Esa voz que a veces es borbollón de sangre
manando por una grieta,
y a veces, tan sólo a veces,
es grito abierto en el aire y alarido de parturienta.
Varón de seda fugitiva,
espejo de este azul tan transparente,
descalza tu lenguaje,
llévame en tu frente;
en tu trueno-música recoge mi tambora,
mi hormiga de colores
y esta magia-real que a ti te explora.
En tus brazos apriétame
la nostalgia de ti,
hasta hacerla callar.
Síntesis de cuervo
nuestra memoria agita
su bandera inagotable…
Sangre pelada de la tierra,
nuestras personas: función aracnida.
Vamos así dentro del ritmo,
desconociendo los rostros.
Pauta del tiempo que se cobra solo.
Rezumo en el nervio
de serpentinas cloacas.
Camino de ti, en este breve instante de tu hora,
voy siendo apenas esta hoja desprendida,
donde una ilusión su nido encuantra agonizando.
Esta hoja fugaz, pálida vena del destino.
Hiel. Carroña innecesaria. Veinteavo deseo
de ser un soplo vivo.
A G.E. por haber ayudado a recuperarme a mí misma)
«Vamos, esto es realmente un espectaculo
que ha sacado a los muertos de sus tumbas
¡La población de los viejos cementerios
de las colinas, corre a verlo!
¡Fantasmas! Fantasmas innumerables en los flancos
y en la retaguardia».
A Edmundo Barbero, mi padre
Cuánto diera por saber lo que tarda el agua
en convertirse en agua viva.
Plena de musgo, de algas, de trasparencia oscura al ojo
no avezado en la meteria.
Y cuánto diera de mí en el sabroso desgaste
hacia lo humano.
Mariposa
arrastrada por un viento.
Por este viento vacío
que se durmió hace
años.
Arena movediza
en un pantano
desierto,
donde las aves cantan
despertando sueños.
El amor,
es del color
de mis sandalias.
¿Sabes?
A veces,
es raro sentirse:
¡Voy descalza!
Evito luciérnagas
caminantes,
piedras gritonas
a hombre
¿Sabes?
El amor,
es del color
de mis sandalias…
¡Voy descalza!
Y vino Dios un día
a jugar conmigo.
Juntos fuimos al Hombre.
Recorrimos al hombre.
Gozamos en el hombre.
Mi ser ya no podía con su
infancia abierta,
ni Dios con su cansancio.
Nos miramos.
Nuestros pies
unieron las piedras
y así formamos
un cementerio
sin cruces.