Ninguna foto eterniza
los minutos más dulces y prohibidos
que prohibidas mujeres
tatuaron en mi cuerpo
y me abrigan contra las tempestades,
cuando el verdor se agota
y me hunden sus gorriones.
En ninguna película,
flota el océano de mi infancia
con sus buques volando sobre los eucaliptos.
Ningún set reproduce la ternura,
pecados y serpientes
que vuelvo música,
esta desolación no confesada.
Tal vez no rasgue un solo oboe,
un leal espejo
que traduzca mis redes
y ascienda hasta el pasado,
pero comprendo al fin el laberinto,
sus pedregales borro
y me sumo al azar que nace con la aurora.