Pelea de gallos

Luego que empieza el gallo generoso
a erguir amenazando el áureo cuello,
a caminar con majestad y orgullo
y a perseguir con amoroso anhelo
a sus esposas, el ardor insano
de bárbaro, letal y sutil juego
le saca del corral, su dulce patria,
y le sepulta en reducido encierro,
do atado al pie con cuerda rigurosa
del combate feroz aguarda el tiempo.

El ave generosa en el principio
se entristece; con largo y flébil eco
gime tal vez, y los indignos lazos
ansían romper sus débiles esfuerzos
pero después, acostumbrado el gallo
a la nueva mansión y a trato nuevo,
con grave majestad se espacia altivo
por su prisión, olvida el cautiverio,
y saluda en cantares belicosos
la luz de Diana y el fulgor de Febo.
De su crestada frente, cual corona
se alzan las puntas; un color sangriento
cubre sus barbas; las doradas plumas
visten espesas el erguido cuello,
y acrecentada la flexible cola,
en arco airoso tiende su plumero,
buscando la cabeza con su punta
y el espolón robusto descubriendo
del gallo armado. Mas su alcaide impío
barbas y cresta le mutila fiero,
del espolón dejándole tan sólo
una pequeña parte, donde luego
breve, cortante espada le asegura,
y liga el pie con vínculos estrechos,
así al lucir el azaroso día
del combate mortal, cada gallero
suelta en la liza su campeón armado,
que con tenaz, provocador acento,
a sus nobles rivales desafía.
Del breve circo en el espacio interno
la arena está con sangre salpicada.
En derredor se mueven los asientos
de la gárrula turba que tan pronto
con vasto grito aplaude el vencimiento;
como apuestas ruinosas multiplica,
en ronca voz y discordante ecos.

Cuando este insano vulgo clamoroso
llena las tablas, de la arena al medio
sacan dos soltadores a sus gallos
armados con mortíferos aceros.
Al punto, de las aves belicosas
enciende, abrasa los valientes pechos
súbita rabia: sus cabezas arden,
lanzan sus ojos devorante fuego,
y al combate se aprestan, erizando
las ígneas plumas de su erguido cuello.
Mas antes se contemplan irritados,
en derredor la vista revolviendo
examinan el campo de batalla,
y cauto cada cual, los movimientos
sigue de su contrario…Ved…¡ya lidian!

De interés y ansiedad hondo silencio
reina doquier. Con repentino salto
en el aire se chocan, pecho a pecho
fuerte se opone, y mezclan furibundos
pies robustos a pies, hierros a hierros,
sin que ninguno su furor deponga
hasta que al adversario postre yerto
bajo el rigor de su terrible espada
en el campo letal. Con tardo vuelo
giran las plumas por el aire vago,
y las entrañas del rasgado seno
vierte aquel moribundo, anhela, expira,
y sucumbe infeliz al hado acerbo.

Triunfa el vencedor: la insana turba
en torno aplaude con furor inmenso,
y él agitando las doradas plumas
que tornasolan su pintado pecho,
celebra la magnífica victoria
con faz erguida y sonoroso acento.
Mas si cobarde el vencedor se asombra,
al contemplar el palpitante cuerpo
de su enemigo y vuelve las espaldas
huyendo el espectáculo funesto,
indignado el concurso le proscribe,
la carga de baldón y vituperio,
y la palma triunfal con vano aplauso
obtiene al fin el generoso muerto.