En Tintagel suena un cascabel.
Petit-cru.
Vino de Avalón, la isla de las hadas.
Tristán
para la rubia Iseu lo atrajo.
Alegra el corazón
su música hechizada.
La amiga es
por el embrujo, lejos del amigo, feliz.
¡Dios:
el desdichado envió a la desdichada la dicha!
Renunció
al talismán para que pudiera la reina, separada de él,
vivir dichosa, y la rubia encuentra alegre el vivir.
Hermosos son los mantos forrados de blanco armiño,
gentiles las cabalgadas por el matorral en la corte de Marés,
y los torneos en los que los caballeros muestran amorosas divisas.
Dulce el recuerdo de Tristán como sonrisa del amanecer.
El cascabel del blanco cachorro es más fuerte
que la copa fatal que la imprudente prudencia materna
llenó de amor y de muerte y abrasadora pasión.
Pero ¿cómo la amiga en la ausencia del amigo se siente
con cuerpo ligero, con alas de alondra, con el espíritu
gracioso?
La reina piensa.
Desvela el secreto.
Hechizo de amor es.
El desdichado desea
la dicha de aquella que es su dolor.
Petit-cru.
Los labios adornados de dulce
amargura requieren el ser milagroso.
Del regazo
le tira el cascabel.
No quiero, amigo hermoso
la alegría mientras tú estas triste, señor;
la vida mientras tú mueres.
Bebemos el vino
juntos, debemos morir o vivir.
Desde la florida ventana arroja el cascabel al mar.
Arrastrando su larga cola bordada camina
por los pasajes del llanto al sombrío sepulcro del dolor.