Declaro haber vivido en miles:
de patio interior, oscuro y de vida intensa;
el del sexto sin ascensor
lleno de goteras y fuertes vientos;
del que nos echaron porque nos amábamos
sin control ni reglas fijas;
el que no escondía siquiera letrina;
uno con demasiados recovecos y sin esperanza;
otro compartido sólo viernes noche y ya sabes para qué,
y aquella casita en Cájar de vistas a la vega.
Llegué a acostumbrarme como al amante esquivo,
pero las paredes desnudas
dan siempre una lección de humildad,
y a menudo, como amigos, a mis libros
y a los posters de Grecia y Nueva York
les crecían raíces y alguna fisura de poca importancia.
Ahora busco casa para comprar.