¿Quién me rondará esta noche,
si vivo como siempre he vivido
en este pueblo de ventanas y puertas
que se abren al perro, a los haces cortados,
y al rostro interior que lleva el hombre?
Nadie. Yo soy menos, mucho menos
que lo acontecido en la calle
cuando desde mi balcón admiro
las posibilidades hondas de las sombras
como si el reloj de la torre
fuera el espacio mejor movido de lo humano.
Nadie ronda mi casa ni tira la luz
de la linterna a por los pájaros que duermen
en mi hiedra.
Nadie, pero yo sí rondo y caigo
en la palabra silbando el insomnio de los versos pobres,
de los versos malos si no hay dique
que contenga el hermano sentir
en este trozo de la Extremadura presente,
con categoría de flotación sobre los demás mundos.
Me levanto y ando hasta el dormitorio
de nuevas sombras. Entro a por descanso,
ya seguir esta ronda ondulada
en la cercanía del abismo antes de cerrar los ojos.
Así espero morir un día, con esta música sin aire,
bajo el esplendor agotado de la tierra mirando
el firmamento de la mejor huída.