Habla mi voz autoritaria,
–Invasora de nardos y de rosas–
Mientras el pan de tu sonrisa se alza
Desde el horno sangriento de tu boca.
Bajo la tarde
–Mujer ciega que lava sus penas en el tiempo–
El corazón se vierte gota a gota
En los innumerables móviles del silencio:
Y es en vano seguir
Las sombras de esperanza
Donde anochece la mirada
Y querer sepultarse en un suspiro
O en un surco de lágrimas.
En vano apretujar contra el recuerdo
Mariposas heridas de distancia.
Todo se ha muerto aquí:
La inquietud de las rosas
Prendidas en el alma,
El sosiego uniforme de las piedras
Curtidas de sol y agua,
El vaho de miseria
Que exhalan pies errantes,
El furor de los gritos
Y el rencor de la sangre.
Por las calles sin alma
Ya no se divierte el escándalo
Ni la curiosidad de los ojos
Que anhelan abismarse desnudos en un charco.
Habla mi voz autoritaria,
Pero los rojos nardos que te sirven
Para oír, no se abren;
Y mis palabras, en vaivén intacto,
Regresan aturdidas a su base.