Ah, vida –carne mútila–
La de un desosegado:
Sentir la mano llena
De aprestar una forma.
Mostrar el alma abierta
Sin abrigar la rosa
Querer tenerte cerca,
Querer que tú me oigas,
Tener diez mariposas
Agitándose adentro,
Y no tener saliva
Para mojar y resbalar tu nombre.
Poemas de Antonio Gamero
Siento ya sobre el ojo que vio correr los días
Batiendo récords trágicos de muerte
El llanto de los hombres caídos en desgracia
Después de ser ministros o inmunes consejeros
En el imperio de Dios y la esperanza.
Sorbo la miel salobre
De los panales míseros que el huracán sacude
En árboles bañados de espanto y de ceniza.
Tengo los brazos locos de abrazarte
Y las manos tullidas
De repicar las rojas campanas de tus senos;
Me duelen las palabras, la boca sin saliva,
De retener tu nombre en el silencio.
Me está doliendo el alma
Con un dolor de espejos
Donde por muchos años
Se enarboló desnuda la flama de tu cuerpo.
Habla mi voz autoritaria,
–Invasora de nardos y de rosas–
Mientras el pan de tu sonrisa se alza
Desde el horno sangriento de tu boca.
Bajo la tarde
–Mujer ciega que lava sus penas en el tiempo–
El corazón se vierte gota a gota
En los innumerables móviles del silencio:
Y es en vano seguir
Las sombras de esperanza
Donde anochece la mirada
Y querer sepultarse en un suspiro
O en un surco de lágrimas.
Alrededor de ti juegan a quien te hiere
Circuncisos arcángeles de noche.
Mujer en cuyos ojos se construye la muerte.
Alrededor de ti pavoridos insectos
Ensayan sus refugios antiaéreos,
Y mariposas huérfanas
Lloran bajo una lluvia de balas y de hojas.
Por un túnel tan negro que pareciera mi hijo
Se desboca la angustia
De hombres zozobrando en el diluvio,
Como descarrilado tren
En que van, pasajeros, la muerte y el olvido.
Y yo siento temor de verme en los espejos
Y de saber que estoy semi-espantado
Luchando contra el grito de los insectos
Que se enrolla en las torres de metal
Y en los candentes hilos telegráficos.
A Ella
Fraterna sombra, hermana de algún ángel,
Prima de alguna llama de mí mismo,
Que me sigue a la noche y a la aurora,
Al combate, a la tregua y al descanso:
Ayúdame a vencer esta agonía
Que en la entraña me crece como una sed de árbol;
A repoblar este silencio abierto
Que ha enmudecido el rumbo de los pájaros
Y a domeñar el pánico latido
Que socava la aurora caída hacia mis brazos.
Estancias para una resignación con la muerte
Yo no sé por qué lloran
Las esposas y madres y hermanas de los muertos.
Si ya no está de moda
El llanto, ¿por qué mojan de lágrimas el tiempo?
¿Por qué no alzar el puño
Y dar de puñetazos en el viento?
El hombre inconforme
Nada he perdido porque nada a la vida traje,
Y me siento feliz de haber nacido pobre,
Porque el rico no puede
Parir con gran dolor las cosas grandes
Y luchar en la lucha de los hombres.
Buscando tu saliva
En esta constelación de gritos
Y en este vaivén de olas humanas y difusas,
Yo busco la corriente clara de tu saliva
-Ungüento iluminado de palabras y risas.
Me quito la camisa y el miedo y los zapatos
Y subo por escalas de aire y nada
Para asaltar y desflorar
La desnuda verdad de tu esperanza.
I
A manera de salmo de ausencia
Rebotan mis palabras
En las piedras oscuras del recuerdo
Y mis lágrimas ruedan ateridas
Y enhebradas con hilos en desfleco.
No hay soñador que sueñe los sueños de mi noche:
Apagado está el grito, muerto el clamor del alma:
Y un mudo seguimiento de fantasmas y sombras
Burlescamente hiere mi fría piel bronceada.
En las noches de mi violencia
crece, en rojo, una exuberante selva.
Aquí me cubro con las manos.
Y este horizonte ceniciento del desierto, a mi derecha, que he frecuentado en todo tiempo.
Sin embargo, cara al viento, partiré esta noche.
Estos muros de sombra, que se los abandona, estos solemnes muros
de arcilla somnolienta,
Que se los abandona a su familiar suficiencia bajo los cielos,
Y a su diálogo de polvo.
Como las piedras que se despiertan tiernamente en el instante más húmedo del año,
Que se maravillan, descubren y tienden sus cuerpos endurecidos a la espuma
que los envejecerá sin tardanza.
Muchos insectos en torno de un solo pensamiento,
Pero el mío está ausente bajo un cielo de lluvia.
¡Y tú has venido un día, Pizarro, acicateado por una gran pasión!
Como tú, fantasma, enciendo mi alma cerca de la extraña floresta,
Donde tú amabas antes aspirar el tenaz aliento.
A Alberto Coloma Silva
1.
De lo remoto a lo escondido
Tanto soy y más la brizna de saturada espina
A cuya sed perenne se acrecientan los desiertos.
Sangre adentro y de soslayo iré por consiguiente,
Como van las tempestades,
Hacia aquel país cerrado a toda mente,
País de Khana, cuando al paso, en las sales densas de la muerte,
Habré de hablarte,
Toda en escombros, ciudad de Balk.
Para ti, profundamente.
Para David García Bacca,
esta desvergüenza.
I
Las razones de la vista: aparecen consiguientes las llanuras, el cárcavo de las selvas.
Encendidas aves, romped de vuelo mis cristales;
Las consabidas alas de este mirar,
La luz naciente que en soledades llevo a los más altos ayes,
Juntad las de vez segura ya en su común medida, en su cenit secreto.
¡Amén, Silencio!
El paso se inquieta en el suelo de las gamas.
Recojamos las melódicas flores de la pastoral
Para nuestras tiernas hermanas.
Venid todos, mordamos los barbechos; para nosotros los peces y el arsenal.
Agua disipada de ámbar en la resonancia estelar.
¡Ah, risa loca!
¿Henos aquí tus compañeros
Ilustres en la ciudad de los políperos?
¡Dispara y modela la línea de nuestra muerte!
Anda, corre y toma entre los astros tu noble impulso.
¡La tierra para nosotros!
¡Y en nuestra angustia
Más bien el cieno de los cerdos
Que el hueso que flota
Como leño podrido del alud!
Estás ahí en medio de la noche, Señora,
Aparecida en el instante, Señora, en medio del invierno de mi noche.
Me he dicho entonces: Si bien recuerdo, Alejandro fue un gran capitán.
Y el rey Salomón vivió solemnemente como un gran rey.
A Jules Supervielle
Como los grandes vientos que soplan en su nocturna y miserable inmensidad,
En las profundas soledades del invierno,
Yerro hirsuto, miserable y sin abrigo.
Ya el lobo no escucha en su guarida
Sino el golpe siniestro de mis años.
A Paul A.
Bar
Te visito y te imploro en el sueño, mi esposa ignorada.
Yo me consumo y me abraso en las soledades tórridas y en la avidez de mi amor.
Oh mujer, vengo a mitigar y aplacar mi angustia
En la querencia de tu inocente claridad.
Navegante,
¡Almendra del navío!
La mirada acorralada por tantos brillos,
Amianto y témpanos vivos de la estrella polar.
El arco metálico arranca de las ramas astrales
El lino de las cataratas.
¡El hielo de las cabezas sobre la esfera
Que sonará una voz sin nombre!
A mis:
Paul A.
Bar
Max Jacob
Pierre Morhange
Jules Supervielle
Gonzalo Zaldumbide
* * * * *
A Henry Michaux
Escucho tus ondas, inefable noche, tu soplo, oh reina del sueño, en mi urbe.
A.M.E.
A la que fue todo amor,
embriagadora y cortejada,
Lucrecia Borgia,
mi ancestro bienamado.
Para vosotros, mis compañeros de exilio,
Henri Michaux, andré de Pardiac de Monlezun,
Aram D.
Mourandian
Versión de Gonzalo Escudero
* * * * *
IV.