a Juan Antonio Vasco y nosotras
Hoy día como aquel que volamos la selva bajo del alba
llegando justo al parto del sentimiento abierto
días en que no se puede no verte
en que quiero salir desde los álamos
y echarme montaña abajo
para no sentir que quiebro
Hay días que se parten en la lanza de tu voz
diciendo que todo era nuevo porque yo era nueva
y cantaba el cuerno en el túnel de la cornamusa
días revueltos contra sí
que suben y que bajan escaleras en los supermarkets
entre abrigos y latas automáticas
dejando la esperanza entre las orillas
días calientes de polen
que tiznan puertas
sillones limpios
que se abalanzan contra los carteros
días para arrojarse al mar y alejarse como Ulises
para que se pierdan
cuando tuvo que buscar a los depredadores
encontrarse
volver hecho nuevamente
hay días cancerberos
en que habría que apretarse las manos
ser el limo que nos envuelve
planta su bandera y nos inunda
y las turmalinas renacen
salvan los umbrales
y se cuelgan a ser ellas en mi pecho
días en que los lagartos de los «Parques del Este»
suben a la verja a comer pantalones
un trozo de tobillo con tanta ternura
que amanece bajo el techo de paja de caney
y el muchacho apenas rengo puede cantar al sol
abrir los pastos que jalonan el camino
y la madre lo mira con la niña dormida en el asiento de atrás
hay días en que el desierto de Anatolia
se me viene encima con todos sus camellos
y vamos a las fiestas
como quien va a la muerte
y es necesario arrancar con todos los faroles encendidos
allí renace la amistad
se pierde el premio de la paz
y nadie puede abrazarse ni comer
vuelven las miradas de hace veinte años
las estrellas nacen latiendo
en el pasto y las tardes calientes
hubo días tan buenos de vivir
y otros con tus últimos amores
cuando dejabas de ser y ya estabas metido en el tiempo
oh témpora!
oh mores!
dame tu mesura Horacio para no temer al voraz
que hirió tu fuerza
tus ojos verdes en el mundo
pero estabas metido en el tiempo
y cuando me llamaron la oquedad y la furia
no pude detenerlas
tuve que irme
no pude decirte adiós
ese bosque en que no pude decirte adiós
ni darte de beber agua con mis manos