imposible saber cuándo
comienza el grado cero
relámpagos mojados cubren la cara
hacen gente torpe
es que
incapaz y débil
no puedo saber
mi amor amado
en qué momento
te hiciste un trozo de eternidad
imposible saber cuándo
comienza el grado cero
relámpagos mojados cubren la cara
hacen gente torpe
es que
incapaz y débil
no puedo saber
mi amor amado
en qué momento
te hiciste un trozo de eternidad
llueve el toldo verde
las cartas
los retratos se mezclan
están los hijos y los hijos
una mujer mira todo
reduce la ciudad para poder decirla
no hay dimensiones
no hay distancias
el techo de jazmines
del gran patio del pasado
abre la vida de la mujer
ahí está en los grandes resplandores de la lluvia
árboles en el olor de la siesta
en el fondo de la casa
en un calor
en un espejo
en un baño de porcelana
entrando higueras y hojas con los bordes quemados
hasta las canillas
y sus raíces llegaban al portón
que a las cuatro de la tarde
cuidaba ese patio celestial
cuando mis primos se apretaban contra mi
para comer mis mejillas de leche y de higo
el deseo de esas tardes cae como mi pelo a la intemperie
hace de mi vestido turquesa un incendio
una terquedad que casi nunca habla
no hablé
no escribí
no dibujé en mi cuerpo
no entré al río
no le dije te quiero
no miré los sicomoros
hace tanto que nada
en la ventisca de la vida
un día besaste mi mano
hace tanto
a Juan Antonio Vasco y nosotras
Hoy día como aquel que volamos la selva bajo del alba
llegando justo al parto del sentimiento abierto
días en que no se puede no verte
en que quiero salir desde los álamos
y echarme montaña abajo
para no sentir que quiebro
Hay días que se parten en la lanza de tu voz
diciendo que todo era nuevo porque yo era nueva
y cantaba el cuerno en el túnel de la cornamusa
días revueltos contra sí
que suben y que bajan escaleras en los supermarkets
entre abrigos y latas automáticas
dejando la esperanza entre las orillas
días calientes de polen
que tiznan puertas
sillones limpios
que se abalanzan contra los carteros
días para arrojarse al mar y alejarse como Ulises
para que se pierdan
cuando tuvo que buscar a los depredadores
encontrarse
volver hecho nuevamente
hay días cancerberos
en que habría que apretarse las manos
ser el limo que nos envuelve
planta su bandera y nos inunda
y las turmalinas renacen
salvan los umbrales
y se cuelgan a ser ellas en mi pecho
días en que los lagartos de los «Parques del Este»
suben a la verja a comer pantalones
un trozo de tobillo con tanta ternura
que amanece bajo el techo de paja de caney
y el muchacho apenas rengo puede cantar al sol
abrir los pastos que jalonan el camino
y la madre lo mira con la niña dormida en el asiento de atrás
hay días en que el desierto de Anatolia
se me viene encima con todos sus camellos
y vamos a las fiestas
como quien va a la muerte
y es necesario arrancar con todos los faroles encendidos
allí renace la amistad
se pierde el premio de la paz
y nadie puede abrazarse ni comer
vuelven las miradas de hace veinte años
las estrellas nacen latiendo
en el pasto y las tardes calientes
hubo días tan buenos de vivir
y otros con tus últimos amores
cuando dejabas de ser y ya estabas metido en el tiempo
oh témpora!
cuál es la diosa
la que dice debe ser sacrificado
que se arrojen las flechas
salga sangre de su pecho
y erguida en la proa
erguida frente a la arena
de fuego y luz
dicta hambre sed y miedo
la diosa
no sabe de justicia
ni de bondad
tiene alas que parecen de amor
pero son de ira
de nieve
y cuando el que muere debe ir al sacrificio
su corazón se alegra
sus ojos sonríen
llena el día con su vuelo feliz
y su maldad
búscame, descúbreme mundo
húmeda medusa
las algas rondan suavemente
encuéntrame, tiempo,
compréndeme, mundo
mi región más profunda está libre
atiéndeme, espacio
alúmbrame, sol
que surjan las nubes
y el tiempo y el espacio me esperen
Vivo allí
donde el sol no entra
ni pan
ni nadie
con prisa siempre
con el corazón en el correo
persiguiendo recetarios perdidos
en valijas imposibles de abrir
vivo
en las sillas que ornaban el consultorio del antiguo médico
junto a la percha donde sus pacientes colgaban el paraguas
y las gotas caían sobre la bandeja de hierro
oxidándola
esos sombreros del campo de las quintas
esos pacientes que llamaban a las puertas de mi padre
cuando tus calles, Chascomús, eran plácidos charcos
de agua de la lluvia caída sobre tí, Chascomús
cuando la mujer del médico, mi madre
jugaba con los muertos a la fiebre amarilla
y a veces encontraba botas
otras un cinturón de cuero
una sotana
vivo
entre tantas cosas que hice
y tantas que haré
recorriendo vidrieras falsas
mientras los pálidos del miedo
me empujan
cuando voy
cuando regreso
mientras los otros ensillan sus caballos
y se van a comer