Él tenía los ojos hechos a tronzar la hostilidad
que depositan los relojes y los desvanes,
sus miradas iban derechas a desligar el sueño
sus mismas intimidades.
Él se dedicaba a escuchar.
Las ventanas aún no habían creado el secreto
del color del tiempo
y ella no tenía tampoco de manera precisa un labio
más arriba otro.
Era el tiempo de olvidar.