Hijo planetario de mi heredas solamente
una explicación que te explica:
vienes desde donde yo mismo
he venido a tientas.
Acaso este tesoro contenga
algunas de las claves
del crucigrama incompleto
que configuras con tus pasos de tierra.
Hijo planetario de mi heredas solamente
una explicación que te explica:
vienes desde donde yo mismo
he venido a tientas.
Acaso este tesoro contenga
algunas de las claves
del crucigrama incompleto
que configuras con tus pasos de tierra.
Que no nos moleste Huidobro
ni ningún camarero de Roma.
Quiero gozar sin límites
el placer de sentirte toda
y de estar dentro de tí
palabra tras palabra
con cada uno
de los cómplices sentidos.
El aire lleno.
La Afrodita sin brazo izquierdo
del Museo Británico
irradia sueños empolvados
y lo acompaña.
Espíritus, musas, hechos con dirección desconocida,
ídolos húmedos,
sombras con tatuajes de calendario,
sombras que miran con agujas de olvido
jamás se van de la fiesta.
Negra cabellera enamorada
Borges
Habla la leyenda
de una mujer morena apetecida,
Noche. Seduce los espíritus
Con sus joyas profundas y brillantes.
Innumerables son los pretendientes.
Luz negra apasionada,
en un cielo donde lo prohibido nos se escribe.
A Hawad, voz del Tuareg
Pronto se acabarán los puentes.
Los ríos, los mares tragarán la tierra.
Mendigaremos, si acaso,
aire para los ojos
vientos para la mudez de las arenas.
Y qué puedo hacer yo con las mareas
con estas islas que son rocas oscuras
con las nubes que pasan desnutridas
volando grises cargadas de tristeza.
Si cada ladrillo hablara;
Si cada puente hablara;
Si hablaran los parques, las plantas, las flores;
Si cada trozo de pavimento hablara,
Hablarían en Español.
Si las torres, los techos,
Los aires acondicionados hablaran;
Si hablaran las iglesias, los aeropuertos, las fábricas,
Hablarían en Español.
¡Oh! Trae el vino negro,
que lleva su bosque, la tierra con muertos y vírgenes cegadoras
en un caudal desesperado hasta mi boca,
él mezcla la sangre y el semen del hombre para darle un hijo de mirada turbia.
Quiero los ojos de fuego y de mareas,
que no dejan entrar la muerte a mis palabras,
pero me acercan con alas de mojados papeles
a la risa hueca de mis huesos,
compañeros únicos y fieles en los años navegantes
que bajaron del útero conmigo, a este mundo de chinches y desgracias.
Ese espléndido encaje de terrores lujosos,
esa trágica risa que viste en los días
sobre hombres y cosas, no abandonó
el mundo contigo, Marcel Schwob.
Evocarte es una tarde en tus libros, mía,
y una noche de escritorio, tuya:
el tiempo, que es el mismo, confunde oscuridades.
I.
En esta lengua que hablo, en estas frases de un eco
cuántas voces viven, cuánto eres la inmortalidad,
lengua de plurales que siendo una eres
metáfora de aquello que siendo uno es lo diverso.
El todo te contiene y tú contienes esa palabra: Universo.
Algo fluye cuando ya nada se agita.
Y su paso inadvertido por las tinieblas que duermen con nosotros
trocará en una luz exasperada cuanto de ciega tiene la miseria.
Desde el fondo, pozo o pantano de números,
donde hostigados por el mundo y sus miles de cabezas
caímos quince lenguas dentro de la carne,
algo que sólo puede tocarse munido de los guantes de la desesperación,
algo fluye, cuando creemos que ya nada se agita.
En cada uno de ellos era muchos un hombre.
Eran más todavía. Traían la industria de las armas
y el reno rojo, como un bosque ondulante
y detrás el lobo que, en una mañana ya añejo,
sería el perro de la hoguera y de las sobras,
el sirviente blanco.
??Duda como un griego pero actúa como un romano??,
acaba de decir hace un rato,
perdido entre los pliegues del pasado,
a un niño poderoso que domina
su suerte y la del mundo que lo escucha.
Hace un rato, apenas: el tiempo es el tiempo que repite
las voces de Catón y otras maneras.
Por los corredores de la imaginación ir caminando,
libre y solo para siempre, como cuando era
y no sabía que era un niño,
hasta olvidar que estoy imaginando.
Que esta carne pesada, que orina y suda,
en una o dos ideas se resuma
o vuelva bien atrás, a esa casi nada
que casi nada ve en su cielo nublado.
La historia de las constelaciones
grabada en el brillo de una hoja:
quisiera leer la hoja
y recordar aquella forma
de donde nos desprendimos
los seres y las cosas.
Y antes de que nos devore la Gran Noche
oír su nombre,
por empañar la orgullosa oscuridad
con el ardiente sonido de la luz, al quebrantarse.
Dame una mentira enorme, que haga temblar los pulsos de la edad
con su pisada grave y significativa,
que espante de mí los pájaros negros y los gusanos
que cosecho sin proponérmelo en la dársena del miedo
y se las arregle para hacerme creer que el hombre puede salir de sí,
ser uno con la mujer y amarla sin destruirse.
De las tantas cosas que no puede
mostrar ciertamente la palabra,
la primera imposible es el olor
tan propio y exacto de las cosas.
La poesía también es como el aroma.
Así quedan sin nombre
el olor definitivo de la lluvia
y el efímero matiz que se respira
al asomarse a las sombras de un aljibe;
el olor del primer mar, a los seis años,
la fragancia, que nos asustaba, de los cielos nublados,
y el olor a comida de una casa
que nos fue querida.
Pensar que Spinoza murió puliendo lentes.
Que Blake se fatigaba en una imprenta
esperando la conversación de ese día con los ángeles.
Que por vivir Baudelaire se humillaba ante su madre.
Que Rimbaud fue silenciado por Rimbaud,
para que este ingenuo me hable de la literatura.
Si no tienes nada que decir cállate
deja que hable Ezra Pound
desde las sombras el espléndido anciano
desde la fina línea de agua
el magnífico anciano
te muestra los genuinos billetes de su fortuna
y todos brillan legítimos peces
de un río infinito que sí
ése nunca se detiene.
Lo opuesto busca su opuesto
Y en lo blanco la gota que hay de negro
Crece
Hasta hacer lo blanco negro
Y así en lo contrario hace la gota blanca
Todos deseamos lo opuesto
Que encarna frente a ti
De tanto en tanto
Y trae su exótica religión su idea del asunto
Sus distracciones sus aparentes crueldades
El poco cuidado con que trata los más preciados dones
Las ofrendas y regalos que destinábamos
Antes
A nuestro propio fetiche
Tal nuestra donación
Los bárbaros poseen la ingenuidad de lo que fuimos
Aquello que en ellos no ha crecido nunca
O bien nunca lo ha hecho en esta dirección
Son lo que fue posible que fuéramos hoy y no prosperó
Por eso la ternura el celo el interés que sentimos
Por su aparente torpeza
Su falta constante de consideración
Nuestro consuelo cuando nos matan sus actos
es mirarlos benignamente
Y acariciar o al menos intentar hacerlo
La brutalidad que destroza y que
Cuando se les reprocha
Sinceramente no comprenden
Como no comprenderían si llorásemos delante de ellos
El porqué de todas esas lágrimas se sienten inocentes
Lo son nuestra es la tragedia de entenderlo
Y de entender que nada podemos hacer
Ni por amor ni por odio para redimir a la criatura
De su condición de bárbara
Este de todos los dones es quizás el más extraño
Que nos dieron nuestros dioses
Nuestros dioses que no existen
También están esos bárbaros que se nos parecen
Pero no son nosotros cuídate sobre todo de ellos
Son los más peligrosos son los que realmente
Llegan a tu corazón
Con sus similitudes
Sus engaños de los que son desde luego
Totalmente inocentes
Pero nadie cambia a los bárbaros
Y cuando aparece su barbarie expresa su bajeza
Su violencia su impiedad su fastidiosa negligencia extrema
Ya están dentro de nosotros y es tarde
Muy tarde para todo
Y no se van jamás de aquello
Que conquistó su impericia su malicia inconsciente
Y también su destreza
Largamente adquirida
En combate contra otros bárbaros
Seremos su triunfo la gota de alegría infantil
Que dura un día
La jactancia a solas que pronto se disipa
Nuestras serán las ruinas las veneradas estatuas
Rotas que vendimos por ellos a precio de mercado
Nada o casi nada vale algo nuestro entre los bárbaros
Y nuestra será la noche donde algo se incendiará
Eternamente para siempre en llamas
Por amor a los bárbaros
Del útero a la tumba un sueño te llevará,
desnudo, el escarpín y la mortaja hechos de la misma seda.
Un sueño con mejillas de pétalos que martillea en tu mente,
un beso helado, un golpe en la nuca dado
por un desconocido con guanteletes de hierro,
sonando tras tu puerta en el cerrojo.
Una bestia terrible resbala sobre todo:
terrible como decir yo permanezco,
de la tribu que puede cruzar sobre una hoja de afeitar
tomándose su tiempo,
arrastrando su fuerza pausadamente
sobre el agudo diminuto abismo
que separa un lado de otro lado.
No volverá jamás el mar de los antiguos
a rebañar las costas creadas por sus olas.
Un año de ancho, una vida de largo,
se sumió en la honda bocanada del fondo.
Con él las bandas de Erik el Violento
y la pacífica vela de otro ladrón, fenicio,
doblaron para siempre ese horizonte blando
y abajo el precipicio que los tragó
a todos como se cierra un libro.
Esta tarde y parte de la noche
volví a sumergirme en el espeso mar
donde flotamos los seres y las cosas.
Bajé por perlas que mostrar a los hombres
que temen siquiera el riesgo de la orilla.
Esta tarde y parte de la noche
estuve en ese silencio, en esas profundidades
donde el más infinito placer sería disolverse
y supe que en todos los caminos
hay monstruos para quien los teme.
Dame un poema de hierro que restalle sobre las vacías cabezas
y una mano firme en la muesca de la antorcha,
un poema de sangre y de huesos impacientes
y la pluma de carne firmando sentencias
en las culposas mentes de los jinetes locos;
que convierta en sal a los cobardes, un poema de hierro
oxidado y torvo pateando en el estanque a
Buenos Airesmedianoche,
cuando ni los muertos sueñan con la aurora.
Detrás del tiempo un animal me mira:
él sabe lo que escribo porque antes de mí
ya ha sido un nombre. Es el uro.
Fantasea quien lo toma por el toro.
A veces es un pájaro, un río, el viento
y a veces es un algo que deja en las ramas
grandes manchas de sangre y un paso
que se aleja, macizo e invisible.
recuerdas amor mío el largo adiós
subdividido las innumerables salas como siglos
como millones de años cada vitrina absorta
y en el centro de donde emanaba la extensa arquitectura
el dinosaurio
enorme la fiera extinta
la cabeza más grande que el cuerpo
el bocado feroz todavía tendido hacia la carne
asimismo evaporada
los cónicos dientes las fauces en el solo hueso
como la crueldad de dos que se aman
y se hieren profundamente en una frase
un gesto debajo de la apariencia de inmovilidad
debajo de los huesos debajo del alma
el gran animal insomne que reina todavía
pasea por nosotros el reptil tan hondo
y tú y yo callamos
ante el conflicto escamoso
que arrastra su cola amarga
por ese jurásico escondido
tan suyo fue como nuestro es
aquel pantano
es este
malignamente te amo
malignamente te espera esta carne desnuda
que el tiempo no evapora
porque sabe que vence a la fauce
indefensa
Cruza tu voz los círculos del sueño,
como si un dios antiguo te cerrara la boca,
¿detrás de qué otros cantos
sin estela en qué aguas?
Es de día en tu sueño bajo un sol diferente,
sonámbula a la vez en la orilla y el centro.
Juan Arturo Nicolás Rimbaud:
¿junto a qué sagrado terror
por lo entrevisto, navegó por tu alma
la certeza atroz de perder para siempre
la visión, al abandonar la Ciencia?
Ya no hubo tiempo, ni otra oportunidad
de contemplar aturdido el incendio de las estrellas,
para traducirlo al hombre ya no hubo tiempo.
Esta mañana escribí dos poemas.
No me pregunto ya por el sentido
que tiene o no tiene este oficio oscuro.
Simplemente es otra manera, posible, de estar vivo.
Me pregunto por el origen
de esas dos cosas que ahora están sobre la mesa,
no exactamente hechas de papel y de pigmentos.
Estaba solo entre las cosas
como una estrella única en el cielo
y un muerto en el centro de la tierra.
A su alrededor los hombres traficaban collares de alambre
y la vida elevaba su babel,
como una araña exacta y silenciosa.