Domingo, flor de luz, casi increíble
día. Bajas sobre la tierra
como un ángel inútil y dorado.
Besas
a las muchachas
de turbia cabellera,
vistes de azul marino
a los hombres que te aman, y dejas
en las manos del niño
un aro de madera
o una simple esperanza.
Poemas españoles
Cuando ella se ha ido,
es cuando yo la miro.
Luego, cuando ella viene,
ella desaparece.
Banderillero desganado.
Las guedejas del sueño cubren tu ojo derecho.
Te quedaste dormido con los brazos alzados,
y un derrote de Dios te ha atravesado el pecho.
Un piadoso pincel lavó con leves
algodones de luz tu carne herida,
y otra vez la apariencia de la vida
a florecer sobre tu piel se atreve.
Subes de ti misma,
como un surtidor
de una fuente.
No
se sabe hasta donde
llegará tu amor,
porque no se sabe
dónde está el venero
de tu corazón.
(Eres ignorada,
eres infinita,
como el mundo y yo)
No me mirarán diciendo: «¿Qué eres?»,
sino sin curiosidad y noblemente.
Porque yo seré también de los quietos,
y ya no tendré difíciles los pensamientos.
Mis ojos serán, tranquilos, los suyos.
Los miraré sin preguntas, uno en lo uno.
La fuente trueca su cantata.
Se mueven todos los caminos…
Mar de la aurora, mar de plata,
¡qué nuevo estás entre los pinos!
Viento del sur ¿vienes sonoro
de granas? Ciegan los caminos…
Mar de la siesta, mar de oro,
¡qué loco estás sobre los pinos!
Siempre, después, qué contento
cuando me quedo conmigo.
Lo que iba a ser mi minuto,
es, corazón, mi infinito.
¿Mar desde el huerto,
huerto desde el mar?
¿Ir con el que pasa cantando,
oírlo desde lejos cantar?
Verde brillor sobre el oscuro verde.
Nido profundo de hojas y rumor,
donde el pájaro late, el agua vive,
y el hombre y la mujer callan, tapados
(el áureo centro abierto en torno
de la desnudez única)
por el azul redondo de luz sola
en donde está la eternidad.
Estoy completo de naturaleza,
en plena tarde de áurea madurez,
alto viento en lo verde traspasado.
Rico fruto recóndito, contengo
lo grande elemental en mí (la tierra,
el fuego, el agua, el aire), el infinito.
Chorreo luz: doro el lugar oscuro,
trasmito olor: la sombra huele a dios,
emano son: lo amplio es honda música,
filtro sabor: la mole bebe mi alma,
deleito el tacto de la soledad.
Pájaro del agua
¿qué cantas, qué encantas?
A la tarde nueva
das una nostalgia
de eternidad fresca,
de gloria mojada.
El sol se desnuda
sobre tu cantata.
¡Pájaro del agua!
Desde los rosales
de mi jardín llama
a esas nubes bellas,
cargadas de lágrima.
¡Qué tranquilidad violeta
por el sendero a la tarde!
A caballo va el poeta…
¡Qué tranquilidad violeta!
La dulce brisa del río,
olorosa a junco y agua,
le refresca el señorío…
La brisa leve del río.
A caballo va el poeta…
¡Qué tranquilidad violeta!
Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca
sobre la que se ceba —último buitre—
el viento.
Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia
el tiempo bien llamado porvenir.
Porque ninguna tierra
posees,
porque ninguna patria
es ni será jamás la tuya,
porque en ningún país
puede arraigar tu corazón deshabitado.
Ahora andará por otras tierras,
llevando lejos luces y esperanzas,
aventando bandadas de pájaros remotos,
y rumores, y voces, y campanas,
—ruidoso perro que menea la cola
y ladra ante las puertas entornadas.
(Entretanto, la noche, como un gato
sigiloso, entró por la ventana,
vio unos restos de luz pálida y fría, y
se bebió la última taza).
No recuerdo…
(Ya no viene el cavador
que cavaba en el venero)
No recuerdo…
(Sobre la mina han caído
mil siglos de suelos nuevos)
No recuerdo…
(El mundo se acabará.
No volverá mi secreto)
Sí, fue un malentendido.
Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! —dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.
Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
Amo el campus
universitario,
sin cabras,
con muchachas
que pax
pacem
en latín,
que meriendan
pas pasa pan
con chocolate
en griego,
que saben lenguas vivas
y se dejan besar
en el crepúsculo
(también en las rodillas)
y usan
la cocacola como anticonceptivo.
¿Qué te dimos en vida?
Te llamábamos
a veces por tu nombre
para decirte lo que nos dolía,
para pedirte cosas,
para quejamos
del frío
—como si fueses responsable del invierno—
para preguntarte, suspicaces,
en dónde habías guardado esto o lo otro.
De vuelta de una gloria inexistente,
después de haber avanzado un paso hacia ella,
retrocedo a velocidad indecible,
alegre casi como quien dobla la esquina de la
calle donde hay una reyerta,
llorando avergonzado como el adolescente
hijo de viuda sexagenaria y pobre
expulsado de la escuela vespertina en la que era becario.
No acaba aquí la historia.
Esto es sólo
una pequeña pausa para que descansemos.
La tensión es tan grande,
la emoción que desprende la trama es tan
intensa,
que todos,
bailarines y actores, acróbatas
y distinguido público,
agradecemos
la convencional tregua del entreacto,
y comprobamos
alegremente que todo era mentira,
mientras los músicos afinan sus violines.
Me arrepiento de tanta inútil queja,
de tanta
tentación improcedente.
Son las reglas del juego inapelables
y justifican toda, cualquier pérdida.
Ahora
sólo lo inesperado o lo imposible
podría hacerme ll0rar:
una resurrección, ninguna muerte.
Le comenté:
—Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
—¿Te gustan solos o con rimel?
—Grandes,
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.
Si tuviésemos la fuerza suficiente
para apretar como es debido un trozo de madera,
sólo nos quedaría entre las manos
un poco de tierra.
Y si tuviésemos más fuerza todavía
para presionar con toda la dureza
esa tierra, sólo nos quedaría
entre las manos un poco de agua.
Estos poemas los desencadenaste tú,
como se desencadena el viento,
sin saber hacia dónde ni por qué.
Son dones del azar o del destino,
que a veces
la soledad arremolina o barre;
nada más que palabras que se encuentran,
que se atraen y se juntan
irremediablemente,
y hacen un ruido melodioso o triste,
lo mismo que dos cuerpos que se aman.
Entre el amor y la sombra
me debato: último yo.
Prendido de un débil sí,
sobre el abismo de un no,
me debato: último
amor.
Tira de mis pies la sombra.
Sangran mis manos, mis dos
manos asidas al frío
aire: último dolor.
Después de haber comido entrambos doce nécoras,
alguien dijo a Pilatos:
—¿Y qué hacemos ahora?
Él vaciló un instante y respondía
(educado, distante, indiferente):
—Chico, tú haz lo que quieras.
Yo me lavo las manos.
Lúbrica polinesia de lunares
en la pulida mar de tu cadera.
Trópico del tabaco y la madera
mecido por las olas de tus mares.
En los helados círculos polares
toda tu superficie reverbera…
Bajo las luces de tu primavera,
a punto de deshielo, los glaciares.
1
Nadie se baña dos veces en el mismo río.
Excepto los muy pobres.
2
Los más dialécticos, los multimillonarios:
nunca se bañan dos veces en el mismo
traje de baño.
3
(Traducción al chino)
Nadie se mete dos veces en el mismo lío.
I
Sí:
la realidad propone siempre sueños,
mas sólo uno entre muchos elige la mirada.
De quien madruga a verla,
y no del sol,
procede
—aunque él no se lo crea—
la luz
que ordena y fija el mundo
en sus formas más bellas:
Damas altas, calandrias…
Vistas así las cosas,
iluminadas por amor tan claro
¿cómo van a negarse?
Hoy todo me conduce a su contrario:
el olor de la rosa me entierra en sus raíces,
el despertar me arroja a un sueño diferente,
existo, luego muero.
Todo sucede ahora en un orden estricto:
los alacranes comen en mis manos,
las palomas me muerden las entrañas,
los vientos más helados me encienden las mejillas.