El dominó

Alumbraron en la mesa los candiles,
moviéronse solos los aguamaniles,
y un dominó vacío, pero animado,
mientras ríe por la calle la verbena,
se sienta, iluminado,
y principia la cena.

Su claro antifaz de un amarillo frío
da los espantos en derredor sombrío
esta noche de insondables maravillas,
y tiende vagas, lucífugas señales
a los vasos, las sillas
de ausentes comensales.

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El estanque

¡El verde estanque de la hacienda,
rey del jardín amable,
está en olvido
miserable!
En las lejanas, bellas horas
eran sus linfas cantadoras,
eran granates y auroras,
a campánulas y jazmines
iban insectos mandarines
con lamparillas purpuradas,
insectos cantarines
con las músicas coloreadas;
mas, del jardín, en la belleza
mora siempre arcana tristeza:
como la noche impenetrable,
como la ruina miserable.

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La muerta de marfil

Contemplé, en la mañana,
la tumba de una niña;
en el sauce lloroso gemía tramontana,
desolando la amena, brilladora campiña.
Desde el túmulo frío, de verdes oquedades,
volaba el pensamiento
hacia la núbil áurea, bella de otras edades,
ceñida de contento.

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La pensativa

En los jardines otoñales,
bajo palmeras virginales,
miré pasar muda y esquiva
la Pensativa.

La vi en azul de la mañana,
Con su mirada tan lejana;
Que en el misterio se perdía
De la borrosa celestía.

La vi en rosados barandales
Donde lucía sus briales;
Y su faz bella vespertina
Era un pesar en la neblina…

Luego marchaba silenciosa
A la penumbra candorosa;
Y un triste orgullo la encendía,
¿Qué pensaría?

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La ronda de espadas

Por las avenidas
de miedo cercadas,
brilla en la noche de azules oscuros,
la ronda de espadas.

Duermen los postigos,
las viejas aldabas;
y se escuchan borrosas de canes
las músicas bravas.

Ya los extramuros
y las arruinadas
callejuelas, vibrante ha pasado
la ronda de espadas.

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La sangre

El mustio peregrino
vio en el monte una huella de sangre:
la sigue pensativo
en los recuerdos claros de su tarde.

El triste, paso a paso,
la ve en la ciudad, dormida, blanca,
junto a los cadalsos,
y al morir de ciegas atalayas.

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Las torres

Brunas lejanías…;
batallan las torres
presentando
siluetas enormes.

Áureas lejanías…;
las torres monarcas
se confunden
en sus iras llamas.

Rojas lejanías…;
se hieren las torres;
purpurados
se oyen sus clamores.

Negras lejanías…;
horas cenicientas
se obscurecen
¡ay, las torres muertas!

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Lied III

En la costa brava
Suena la campana,
Llamando a los antiguos
Bajales sumergidos.
Y como tamiz celeste
Y el luminar de hielo,
Pasan tristemente
Los bajales muertos.
Carcomidos, flavos,
Se acercan bajando…
Y por las luces dejan
Oscuras estelas.

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Lied IV

La noche pasaba, ,
y al terror de las nébulas, sus ojos
inefables reían de tristeza.

La muda palabra
en la mansión culpable se veía,
como del Dios antiguo la sentencia.

La funesta falta
descubrieron los canes, olfareando
en el viento la sombra de la muerta.

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Lied V

La canción del adormido cielo
Dejó dulces pesares;
yo quisiera dar vida a esa canción
que tiene tanto de ti.

Ha caído la tarde sobre el musgo
del cerco inglés,
con aire de otro tiempo musical.

El murmurio de la última fiesta
ha dejado colores tristes y suaves
cual de primaveras oscuras
y listones perlinos.

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Los ángeles tranquilos

Pasó el vendaval; ahora,
con perlas y berilos,
cantan la soledad aurora
los ángeles tranquilos.

Modulan canciones santas
en dulces bandolines;
viendo caídas las hojosas plantas
de campos y jardines.

Mientras sol en la neblina
vibra sus oropeles,
besan la muerte blanquecina
en los Saharas crueles.

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Los delfines

Es la noche de la triste remembranza;
en amplio salón cuadrado,
de amarillo iluminado,
a la hora de maitines
principia la angustiosa contradanza
de los difuntos delfines.
Tienen ricos medallones
terciopelos y listones;
por nobleza, por tersura
son cual de Van Dyck pintura;
mas, conservan un esbozo,
una llama de tristura
como el primo, como el último sollozo.

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Los muertos

Los nevados muertos,
bajo triste cielo,
van por la avenida
doliente que nunca termina.

Van con mustias formas
entre las auras silenciosas:
y de la muerte dan el frío
a sauces y lirios.

Lentos brillan blancos
por el camino desolado;
y añoran las fiestas del día
y los amores de la vida.

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Reverie

Y soñé, de un templete bajaban
dos dulces bellezas matinales;
y oí melancólicas hablaban
de las nobles dichas forestales.
Las vi. en el blasón de la poterna
azulinas y casi borradas
despierto años después, la cisterna
las mecía medio retratadas.

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Marina

Para Tito Flores Galindo

Un guardacaballo gigantesco reposa sobre el techo de mi casa.
Sombra contra la luz y los cangrejos calientes del cantil. Es la frontera.

Más allá sólo existen la China y el Japón (suelo decir)
aunque en verdad primero están los montes de coral.

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Cantiga del Grünewald

Agua de ajos tu sangre
una alameda
de tilos florecida
un verdulero turco
un edificio
de piedras en salmón
o lúcuma o melón
donde nadie responde
o bien
de la estación
al lago
a trote por el bosque
Grünewald
ardillas comadrejas
donde nadie otra vez
y siempre igual
el teléfono envuelto
en una manta
al fondo del cajón
encerrado con llave
entre ese closet
( )
te ofrezco un matrimonio
maronita
la bufanda escocesa
o un cerdo de Ceylán.

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Las estaciones

1. Primavera

Cuando lleguen los tiempos
de la fiebre del oro, qué felices
seremos los pastores.
Sin tormentas de arena.
prósperos en el comercio del tocino
de fina calidad
y bajo precio.
Inmortales seremos los pastores.

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Nocturno

Vivo en una casa protegido
por mujeres pequeñas, alegres y benignas.

Fuera de eso, el aire es áspero y azul
(y malo para el asma).

Un abra entre las nubes y la tráquea
atrás del horizonte.

Inmóvil dentro y fuera del pulmón,
compacto y plano.

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Nocturno de Berlín

El polen de los jóvenes alerces navega entre la noche color rojo-ladrillo
(el mismo polen de la fiebre del heno).
Como la nieve viaja en remolinos pero tiene plumajes y se enreda
en la corolas remojadas de los alerces-hembra y pasta a su placer.

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Oración

Qué duro es, Padre mío, escribir del lado de los vientos,
tan presto como estoy a maldecir y ronco por el canto.
Cómo hablar del amor, de las colinas blandas de tu Reino,
si habito como un gato en una estaca rodeado por las aguas.

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Taberna

En las tinieblas los cuerpos envejecen
sin que nadie repare en el escándalo.

Un rostro amable y terso se confunde
con los belfos que van hacia la muerte.

Por eso somos hijos de la noche
a la puerta del templo.

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El equilibrista de Bayard Street

Para Roxana y Jorge, que las han visto.

Camina de puntas el equilibrista de Bayard Street,
evita el abismo la mirada y arranca de cuajo toda pretensión,
¿de qué sirven el heroísmo, la grandeza, el entusiasmo?
Poca cosa es la vida para el equilibrista de Bayard Street,
poca la indulgencia de llegar al otro lado y repetir cien veces
la misma operación.

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Fragmentos de una alabanza inconclusa

Debe haber un poema que hable de ti,
un poema que habite algún espacio donde pueda hablarte sin
cerrar los ojos,
sin llegar necesariamente a la tristeza.
Debe haber un poema que hable de ti y de mi.
Un poema intenso, como el mar,
azul y reposado en las mañanas, oscuro y erizado por las noches
irrespetuoso en el orden de las cosas, como el mar
que cobija a los peces y cobija también a las estrellas.

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La tranquilidad es un campo de arena/ Recita a Garcilaso en las playas del sur

El mar,
las piedras, algunas gaviotas,
gaviotas blancas, grises, de pico anaranjado,
maderos rotos,
moscas sobrevolando el cadáver de un lobo marino
(hermoso animal varado por las aguas) corrientes aguas, puras,
cristalinas
y una toalla húmeda secando nuestros pies

(‘La tranquilidad es un campo de arena’, escribí en la inmensa
soledad de estos parajes.

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Raritan blues

Para Margarita Sánchez

Aquí no hay bulla ni miseria,
sólo un bosque de árboles mojados y cientos de ardillas
correteando vivaces o escarbando una nuez.
A lo lejos un puente
una interminable fila de automóviles retorna a sus hogares
y nubes balando ante un perro pastor y amarillo.

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Ridiculus Mus (Epístola a Quinto Horacio Flaco)

Horacio, jamás tuviste mujer que te abandonara en los cinemas
Tampoco tuviste que aprender a rechazar un cigarrillo
Ni a esconder tus flacas piernas debajo de la túnica
Sólo corriste indiferente hacia los campos
Y fuiste feliz comiendo con la plata de Mecenas
Jamás subiste solo a los tranvías y es tu gloria
Cantarles por amor al bien y a la belleza
No tuviste por qué rendirles culto a las ciudades
Ni inclinarles tu noble cabellera

Horacio, el bienamado por los reyes y los dioses
Poeta mesurado con el vino y con los versos
Te he visto hoy acariciándote las barbas y esperando
Que apareciera al fin el ridículo ratón del que me hablabas.

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Andando el tiempo

Andando el tiempo
Los pies crecen y maduran
Andando el tiempo
Los hombres se miran en los espejos
Y no se ven
Andando el tiempo
Zapatos de cabritilla
Corriendo el tiempo
Zapatos de atleta
Cojeando el tiempo
Con errar de cada instante y no regresar
Alzando el dedo
Señalando
Apresurado
Es el tiempo y no tiene tiempo
No tengo tiempo
Mostrar la libreta
Todo en orden
Por aquí a la aventura silencio cerrado
Por allá a la descompuesta inmóvil móvil
Ya llega y tarda
Y se olvida
Por acá con boca falsa y palabras de otra hora
El pañuelo nuevo y pronto
Para el adiós
Adiós y no ha llegado
Ésta es la señal
El tiempoi
Casi no es niño
Pero flor no es
Casi
Cuando está sobre un árbol
Se divisa el paisaje la estrella
Los zapatos
Osamentas de pescado
Y el ojo llena el horizonte
El tiempo
Aunque cojee y se hiera y se lamente
Prohibido
No te hagas tan silencio
La nube sabe de otro lugar
Son las escaleras que bajan
Porque nadie sube
Porque nadie muerde la nuca
Sino las flores
O los pies llagados
Andando y sangre de tiempo
Gotas de lluvia el torrente
La mano llega
Éste es su destino
Llegar el tiempo
Se devuelve y usted sabe más
Estaba junto al silencio
Estaba con ojos pequeños
La mano a lo desierto
El pie a lo ignorado
Indudable
Los huesos prestados podían ser míos
Si un leve signo no dijera
Y no decía
Alzada levantada
Me doy a tu más leve giro
Al amor de las pestañas
A lo no dicho
Vértigo
Te temía sin noche y sin día
Aunque no regreses
Por la marcha de mis huesos a otra noche
Por el silencio que se cae
O tu sexo

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He dejado descansar tristemente mi cabeza

He dejado descansar tristemente mi cabeza
En esta sombra que cae del ruido de tus pasos
Vuelta a la otra margen
Grandiosa como la noche para negarte
He dejado mis albas y los árboles arraigados en mi garganta
He dejado hasta la estrella que corría entre mis huesos
He abandonado mi cuerpo
Como el naufragio abandona las barcas
O como la memoria albajar las mareas
Algunos ojos extraños sobre las playas
He abandonado mi cuerpo
Como un guante para dejar la mano libre
Si hay que estrechar la gozosa pulpa de una estrella
No me oyes más leve que las hojas
Porque me he librado de todas las ramas
Y ni el aire me encadena
Ni las aguas pueden contra mi sino
No me oyes venir más fuerte que la noche
Y las puertas que no resisten a mi soplo
Y las ciudades que callan para que no las aperciba
Y el bosque que se abre como una mañana
Que quiere estrechar el mundo entre sus brazos
Bella ave que has de caer en el paraíso
Ya los telones han caído sobre tu huida
Ya mis brazos han cerrado las murallas
Y las ramas inclinado para impedirte el paso
Corza frágil teme la tierra
Teme el ruido de tus pasos sobre mi pecho
Ya los cercos están enlazados
Ya tu frente ha de caer bajo el peso de mi ansia
Ya tus ojos han de cerrarse sobre los míos
Y tu dulzura brotarte como cuernos nuevos
Y tu bondad extenderse como la sombra que me rodea
Mi cabeza he dejado rodar
Mi corazón he dejado caer
Ya nada me queda para estar más seguro de alcanzarte
Porque llevas prisa y tiemblas como la noche
La otra margen acaso no he de alcanzar
Ya no tengo manos que se cojan
De lo que está acordado para el perecimiento
Ni pies que pesen sobre tanto olvido
De huesos muertos y flores muertas
La otra margen acaso no he de alcanzar
Si ya hemos leído la última hoja
Y la música ha empezado a trenzar la luz en que has de caer
Y los ríos te cierran el camino
Y las flores te llaman con mi voz
Rosa grande ya es hora de detenerte
El estío suena como un deshielo de los corazones
Y las alboradas tiemblan como los árboles al despertarse
Las salidas están guardadas
Rosa grande ¿no has de caer?

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Mundo mágico

Tengo que darles una noticia negra y definitiva
Todos ustedes se están muriendo
Los muertos la muerte de ojos blancos las muchachas de ojos rojos
Volviéndose jóvenes las muchachas las madres todos mis amorcitos
Yo escribía
Dije amorcitos
Digo que escribía una carta
Una carta una carta infame
Pero dije amorcitos
Estoy escribiendo una carta
Otra será escrita mañana
Mañana estarán ustedes muertos
La carta intacta la carta infame también está muerta
Escribo siempre y no olvidaré tus ojos rojos
Es todo lo que puedo prometer
Tus ojos inmóviles tus ojos rojos
Es todo lo que puedo prometer
Cuando fui a verte tenía un lápiz y escribí sobre tu puerta
Esta es la casa de las mujeres que se están muriendo
Las mujeres de ojos inmóviles las muchachas de ojos rojos
Mi lápiz era enano y escribía lo que yo quería
Mi lápiz enano mi querido lápiz de ojos blancos
Pero una vez lo llamé el peor lápiz que nunca tuve
No oyó lo que dije no se enteró
Sólo tenía ojos blancos
Luego besé sus ojos blancos y él se convirtió en ella
Y la desposé por sus ojos blancos y tuvimos muchos hijos
Mis hijos o sus hijos
Cada uno tiene un periódico para leer
Los periódicos de la muerte que están muertos
Sólo que ellos no saben leer
No tienen ojos ni rojos ni inmóviles ni blancos
Siempre estoy escribiendo y digo que todos ustedes se están muriendo
Pero ella es el desasosiego y no tiene ojos rojos
Ojos rojos ojos inmóviles
Bah no la quiero

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Viniste a posarte sobre una hoja de mi cuerpo

Viniste a posarte sobre una hoja de mi cuerpo
Gota dulce y pesada como el sol sobre nuestras vidas
Trajiste olor de madera y ternura de tallo inclinándose
Y alto velamen de mar recogiéndose en tu mirada
Trajiste paso leve de alba al irse
Y escandido incienso de arboledas tremoladas en tus manos
Bajaste de brisa en brisa como una ola asciende los días
Y al fin eras el quedado manantial rodando las flores
O las playas encaminándose a una querella sin motivo
Por decir si tu mano estuvo armoniosa en el tiempo
O si tu corazón era fruta de árbol o de ternura
O el estruendo callado del surtidor
O la voz baja de la dicha negándose y afirmándose
En cada diástole y sístole de permanencia y negación
Viniste a posarte como la noche llama a las creaturas
O como el brazo termina su círculo y abarca el horario completo
O como la tempestad retira los velos de su frente
Para mirar el mundo y no equivocar sus remos
Al levantar los muros y cerrar las cuevas
Has venido y no se me alcanza qué justeza equivocas
Para estarte sin levedad de huida y gravitación de planeta
Orlado de madreselvas en la astrología infantil
Para estarte como la rosa hundida en los mares
O el barco anclado en nuestra conciencia
Para estarte sin dar el alto a los minutos subiendo las jarcias
Y cayéndose siempre antes de tocar el timbre que llama a la muerte
Para estarte sitiada entre son de harpas y río de escaramuza
Entre serpiente de aura y romero de edades
Entre lengua de solsticio y labios de tardada morosidad acariciando
Has venido como la muerte ha de llegar a nuestros labios
Con la gozosa transparencia de los días sin fanal
De los conciertos de decir he llegado
Que se ve en la primavera al poner sus primeras manos sobre las cosas
Y anudar la cabellera de las ciudades
Y dar vía libre a las aguas y canto libre a las bocas
De la muchacha al levantarse y del campo al recogerse
Has venido pesada como el rocío sobre las flores del jarrón
Has venido para borrar tu venida
Estandarte de siglos clavado en nuestro pecho
Has venido nariz de mármol
Has venido ojos de diamante
Has venido labios de oro

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Discurso en loor de la poesía (I)

La mano y el favor de la Cirene,
a quien Apolo amó con amor tierno;
y el agua consagrada de Hipocrene,

y aquella lira con que del Averno
Orfeo libertó su dulce esposa,
suspendiendo las furias del infierno;

la célebre armonía milagrosa
de aquel cuya testudo pudo tanto,
que dio muralla a Tebas la famosa;

el platicar suave, vuelto en llanto
y en sola una voz, que a Júpiter guardaba,
y a Junio entretenía y daba espanto;

quisiera que alcanzaras, Musa mía,
para que en grave y sublimado verso
cantaras en loor de la Poesía.

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Discurso en loor de la poesía (II)

Seguía su soberbia el arrogante,
amaba la crueldad el sanguinoso,
y el avariento el oro rutilante.

Era Dios la lujuria del vicioso,
adoraba el ladrón en la rapiña,
y al honor daba incienso el ambicioso.

No habría deidad ni ley divina,
si no era el propio gusto y apetito,
por carecer de ciencias y doctrina.

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Antes que tú

Sonríes al pasar, con ironía,
Porque me juzgas un rival vencido…
¡Imbécil! La mujer que has elegido,
antes que fuera tuya ha sido mía.

En sus labios de rosa bebí un día,
la esencia del licor apetecido.
Y tú, ¿de qué te ríes?

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El nido vacío

En un tiempo mejor, aquí vivía
el ángel tutelar de mis amores.
A la oración, en estos corredores,
ella, mis versos, repetir solía.

Este era su jardín. Aquí venía,
al despuntar el alba, a coger flores.
¡Bajo este limonero, hoy sin verdores,
nos despedimos para siempre, un día!

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Ágape

Hoy no ha venido nadie a preguntar;
ni me han pedido en esta tarde nada.

No he visto ni una flor de cementerio
en tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: qué poco he muerto!

En esta tarde todos, todos pasan
sin preguntarme ni pedirme nada.

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Ausente

Ausente! La mañana en que me vaya
más lejos de lo lejos, al Misterio,
como siguiendo inevitable raya,
tus pies resbalarán al cementerio.

Ausente! La mañana en que a la playa
del mar de sombra y del callado imperio,
como un pájaro lúgubre me vaya,
será el blanco panteón tu cautiverio.

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