Querido Telémaco,
la Guerra de Troya
ha terminado. No recuerdo quién venció.
Los griegos, debe ser: los griegos, quién si no,
puede dejar en tierra extraña tantos muertos…
De todos modos, el camino que me lleva al hogar
resulta que se alarga demasiado.
Poemas rusos
Y no importa que un vacío empiece a abrirse
de entre tus sentires, que tras la gris tristeza
crepite el miedo y, digamos, un foso de furor.
Porque en la era atómica, cuando tiembla hasta la roca,
podremos sólo salvar los muros del hogar,
los corazones, fundiéndolos con fuerza igual
y nexo semejante a la muerte que los viene a acechar.
A.M.B.
Yo no era más que aquello que tú
con la mano acariciabas,
allí donde en noche de pavor,
cerrada, la frente reclinabas.
Yo no era más que aquello que tú
distinguías allá, abajo:
primero, solamente imagen vaga,
mucho después, también los rasgos.
Acepto todo lo que hubo
Nunca busqué mejor suerte.
Acaso hay algo mejor que haber amado
Algo mejor que haber ardido!
La felicidad y los sufrimientos
Impusieron sus huellas amargas,
Pero yo no desperdicié la antigua luz
En tempestades pasionales, ni en el tedio sin límites.
Cuanto más se quiere descansar
Tanto más horrible se hace la vida;
La neblina húmeda se arrastra desde los campos,
La neblina húmeda penetra al pecho.
Arrastrándose por el terciopelo de la noche…
Olvida que hubo la vida,
Que la vida habrá, olvida…
Se arrastran desde los campos las tinieblas nocturnas…
Solo uno, solo uno,
Quedarse dormido, quedarse dormido…
Pero de todas maneras
Alguien te despertará.
El viento irrumpe, aúlla la nieve,
Y en la memoria por un instante resurge
Aquel lugar, aquella orilla lejana…
Las flores débiles bajo la escarcha se marchitaron…
Y mis antiguas afecciones
Susurran como la hierba seca…
Es de noche.
Hoy no recuerdo lo que ayer pasó
En la madrugada olvido lo de la tarde anterior
En los días blancos extravío el fuego
Y en las noches ya no evoco los días.
Pero, ante la muerte, en la hora decisiva,
Todos los días, y noches nos pasan por la mente
Y entonces ,-en el bochorno, en la estrechez-
Es sumamente doloroso soñar
En todo lo hermoso que se fue.
En las afueras de la ciudad crece solitario un barrio
Sobre una tierra movediza y pantanosa.
Allí viven los poetas y se saludan
Unos a otros con una sonrisa arrogante.
El día se levanta inútil y radiante
Sobre este triste pantano:
Sus habitantes lo dedican al vino
Y al trabajo arduo y persistente.
La bruma nocturna me sorprendió en el camino.
Tras la espesura la luna lanzó su mirada.
El caballo fatigado daba inquietos golpes con las pezuñas;
tranquilo de día, extrañaba la noche.
Sombrío, inmóvil, soñoliento,
el conocido bosque me aterraba
y hacia el claro plateado por la luna
dirigí el paso del caballo resoplante.
La noche, la droguería, la calle, el farol,
Mundo absurdo e insípido.
Vive aunque sea un cuarto de siglo más
Y todo será lo mismo. No hay salida.
Morirás -empezarás otra vez desde el comienzo
Todo se repetirá como antaño:
La noche, el helado escarceo en el canal,
La droguería, la calle y el farol.
Es delicioso levantarse muy temprano
Y percibir las huellas frescas en la arena.
Es delicioso recordarte así
Saber que estás conmigo.
Yo te amo, primor mío,
Despreocupada juventud mía
Y la transparente ternura del Kremlin,
En esta mañana, es como tu propio encanto.
Oh, primavera inabordable y sin final,
Inabordable y sin final como los sueños.
Te reconozco, vida. Te asumo.
Y bajo el tintineo de broqueles te saludo.
Yo te acojo, mala suerte,
Y doy mi bienvenida a los aciertos
Pues no hay nada oprobioso en los encantados
Paisajes del llanto, ni en el misterio de la ventana,
Asumo las discusiones que desvelan
La madrugada en las oscuras cortinas de la ventana,
Para que la encantadora primavera
Excite mis miradas dilatadas.
Qué difícil es caminar entre la gente
Y simular que no se ha muerto
Y en este juego de trágica pasión
Confesar que aún no se ha vivido.
Y escrutando en la nocturna pesadilla,
Encontrar el orden como un desordenado torbellino
Para que en el inexpresivo resplandor del arte
Descubramos el mortal incendio de la vida.
Se aproxima el sonido. El alma vuelve a ser joven
Al someterse al susurro abrumador.
En sueños, sin respirar, aprieto contra mis labios
Tu mano pasajera.
Sueño que soy de nuevo un muchacho, otra vez un amante,
Veo un barranco y hierbas silvestres.
Somos los olvidados, solitarios sobre la tierra,
A hurtadillas nos sentamos cerca al calor.
Desde este cálido rincón del cuarto
Miramos la bruma de octubre.
Por la ventana, como entonces, se ve el fuego.
Querido mío, ya estamos viejos.
Piensas que esto trabajo, esta vida despreocupada
Escuchar a la música algo y decirlo tuyo como si nada.
Y el ajeno scherzo juguetón meterlo en versos mañosos
Jurar que el pobre corazón gime en campos luminosos.
Y escucharle al bosque alguna cosa y a los pinos taciturnos ver
Mientras la cortina brumosa de niebla se alza por doquier.
Estamos tan intoxicados uno del otro
Que de improviso podríamos naufragar,
Este paraíso incomparable
Podría convertirse en terrible afección.
Todo se ha aproximado al crimen
Dios nos ha de perdonar
A pesar de la paciencia infinita
Los caminos prohibidos se han cruzado.
Me pareció que las llamas de tus ojos
Volarían conmigo hasta el alba.
No pude entender el color,
De tus ojos extraños.
Todo alrededor palpitaba
Nunca supe si eras mi enemigo, o mi amigo,
Y si ahora era invierno o verano.
Se enfriaba, desvalido, mi pecho,
pero eran ligeros mis pasos.
Me puse en la mano derecha
el guante de la mano izquierda.
¡Me pareció que había muchos peldaños
aunque sabía que eran sólo tres!
Un murmullo otoñal entre los arces
me pidió: “¡Muere conmigo!
Soy vuestra voz, calor de vuestro aliento,
El reflejo de todos vuestros rostros,
Es inútil el batir del ala inútil:
Estaré con vosotros hasta el mismo final.
Y por eso me amáis ávidamente,
Con todos mis pecados y flaquezas,
Y por eso me entregasteis sin mirar
Al mejor de todos vuestros hijos,
Y por eso no me preguntasteis
Por ese hijo ni una sola vez,
Y llenásteis con el humo de alabanzas
Mi casa ya vacía para siempre.
Unos van por un sendero recto,
Otros caminan en círculo,
Añoran el regreso a la casa paterna
Y esperan a la amiga de otros tiempos.
Mi camino, en cambio, no es ni recto, ni curvo,
Llevo conmigo el infortunio,
Voy hacia nunca, hacia ninguna parte,
Como un tren sobre el abismo.
Es pura tontería que vivo entristecida
Y que estoy por el recuerdo torturada.
No soy yo asidua invitada en su guarida
Y allí me siento trastornada.
Cuando con el farol al sótano desciendo,
Me parece que de nuevo un sordo hundimiento
Retumba en la estrecha escalera empinada.
Recuerdo aquel instante prodigioso
en el que apareciste frente a mí,
lo mismo que una efímera visión
igual que un genio de belleza pura.
En mi languidecer sin esperanza,
en las zozobras del ruidoso afán,
tu tierna voz se oyó en mi largo tiempo
y soñaba con tus divinos rasgos.
¡Adiós mujer oriental amada!
Poco faltó y contra mi extravagancia,
el hábito que me dicta todo o nada
casi me arrastra a las estepas, a la errancia
detrás de las huellas de tu carreta.
Tienes rasgados los ojos,
la naricita rara, la frente amplia,
no balbuceas en francés tus antojos,
los pies no aprietas con seda,
y junto al samovar, a la inglesa,
no sirves el té, ni las galletas,
no suspiras por poetas de moda,
Shakespeare no te inquieta,
no te abrumas de melancolía
cuando la cabeza se queda vacía,
no tarareas ma dov’ é,
el baile último no conoces…
Algo ocurrió conmigo, apenas media hora,
mientras alistaban los caballos,
la mente y el corazón los llenaba
tu belleza agreste, tus ojos.
Apuro sediento tu tierno gemido,
tu intimidad que me embriaga
y ardiente, la lengua del dulce deseo,
pasión cuyo vino no sacia.
Pero corta con ese relato,
oculta, calla tu sueño:
su llama que quema yo temo,
tengo miedo de saber tu secreto.
Bajo el cielo azul de su tierra nativa
languidecía ella, se agostaba…*
Al fin se marchitó, y ya de seguro
su joven sombra sobre mí volaba;
Nos separa una línea infranqueable.
En vano el sentimiento desperté.
Su muerte oí de un labio indiferente
y con indiferencia la escuché.
Tel j’étais autrefois et el je suis encore
André Chenier
Como fui en otro tiempo, así soy ahora,
descuidado, amoroso. Bien sabéis, mis amigos,
si puedo una belleza mirar sin conmoverme,
sin tímida ternura, sin emoción secreta.
Del céfiro nocturno
éter fluye.
Bulle,
huye
el Guadalquivir.
Salió la luna dorada,
¡silen…! ¡chis!… guitarra al son.
La española enamorada
se ha asomado a su balcón.
Del céfiro nocturno
éter fluye.
Bulle,
huye
el Guadalquivir.
¿Echasteis la voz nocturna junto al soto
del cantor del amor, del cantor de su pena?
en la hora matutina, cuando callan los campos
y el son triste y sencillo de la zampoña suena,
¿no la habéis escuchado?
¿Hallasteis en la yerma oscuridad boscosa
al cantor del amor, al cantor de su pena?
Estoy entre rejas en húmeda celda.
Criada en cautiverio, un águila joven,
mi triste compaña, batiendo sus alas,
junto a la ventana su pitanza pica.
La pica, la arroja, mira la ventana,
como si pensara lo mismo que yo.