Unos van por un sendero recto,
Otros caminan en círculo,
Añoran el regreso a la casa paterna
Y esperan a la amiga de otros tiempos.
Mi camino, en cambio, no es ni recto, ni curvo,
Llevo conmigo el infortunio,
Voy hacia nunca, hacia ninguna parte,
Como un tren sobre el abismo.
Poemas rusos
Es pura tontería que vivo entristecida
Y que estoy por el recuerdo torturada.
No soy yo asidua invitada en su guarida
Y allí me siento trastornada.
Cuando con el farol al sótano desciendo,
Me parece que de nuevo un sordo hundimiento
Retumba en la estrecha escalera empinada.
Recuerdo aquel instante prodigioso
en el que apareciste frente a mí,
lo mismo que una efímera visión
igual que un genio de belleza pura.
En mi languidecer sin esperanza,
en las zozobras del ruidoso afán,
tu tierna voz se oyó en mi largo tiempo
y soñaba con tus divinos rasgos.
¡Adiós mujer oriental amada!
Poco faltó y contra mi extravagancia,
el hábito que me dicta todo o nada
casi me arrastra a las estepas, a la errancia
detrás de las huellas de tu carreta.
Tienes rasgados los ojos,
la naricita rara, la frente amplia,
no balbuceas en francés tus antojos,
los pies no aprietas con seda,
y junto al samovar, a la inglesa,
no sirves el té, ni las galletas,
no suspiras por poetas de moda,
Shakespeare no te inquieta,
no te abrumas de melancolía
cuando la cabeza se queda vacía,
no tarareas ma dov’ é,
el baile último no conoces…
Algo ocurrió conmigo, apenas media hora,
mientras alistaban los caballos,
la mente y el corazón los llenaba
tu belleza agreste, tus ojos.
Apuro sediento tu tierno gemido,
tu intimidad que me embriaga
y ardiente, la lengua del dulce deseo,
pasión cuyo vino no sacia.
Pero corta con ese relato,
oculta, calla tu sueño:
su llama que quema yo temo,
tengo miedo de saber tu secreto.
Bajo el cielo azul de su tierra nativa
languidecía ella, se agostaba…*
Al fin se marchitó, y ya de seguro
su joven sombra sobre mí volaba;
Nos separa una línea infranqueable.
En vano el sentimiento desperté.
Su muerte oí de un labio indiferente
y con indiferencia la escuché.
Tel j’étais autrefois et el je suis encore
André Chenier
Como fui en otro tiempo, así soy ahora,
descuidado, amoroso. Bien sabéis, mis amigos,
si puedo una belleza mirar sin conmoverme,
sin tímida ternura, sin emoción secreta.
Del céfiro nocturno
éter fluye.
Bulle,
huye
el Guadalquivir.
Salió la luna dorada,
¡silen…! ¡chis!… guitarra al son.
La española enamorada
se ha asomado a su balcón.
Del céfiro nocturno
éter fluye.
Bulle,
huye
el Guadalquivir.
¿Echasteis la voz nocturna junto al soto
del cantor del amor, del cantor de su pena?
en la hora matutina, cuando callan los campos
y el son triste y sencillo de la zampoña suena,
¿no la habéis escuchado?
¿Hallasteis en la yerma oscuridad boscosa
al cantor del amor, al cantor de su pena?
Estoy entre rejas en húmeda celda.
Criada en cautiverio, un águila joven,
mi triste compaña, batiendo sus alas,
junto a la ventana su pitanza pica.
La pica, la arroja, mira la ventana,
como si pensara lo mismo que yo.
Fue en su patria, bajo aquel cielo azul
ella, la marchita rosa…
Al fin murió, un hálito eras tú,
sombra adolescente que nadie toca;
pero una línea hay entre nosotros, es un abismo.
Intenté, en vano, avivar mi sentimiento:
la muerte dijeron los labios con oscuro cinismo,
y, yo la atendí indiferente.
Se apagó el astro del día;
el mar azul cubrió la niebla de la tarde.
¡Restallad, restallad, dóciles velas!
¡Encréspate a mis pies, lúgubre océano!
Contemplo las orillas apartadas,
el mágico confín del mediodía;
Voy hacia él con emoción y angustia,
embelesado por recuerdos tantos…
siento que afloran lágrimas de nuevo
hasta los ojos, y me hierve el alma
y deja de alentar; en torno mío
Un sueño familiar revolotea.
Terminó el día lluvioso; de la lluviosa noche
la sombra el cielo cubre con plomizo vestido.
Lo mismo que un espectro, detrás de la pineda,
la luna, rodeada de niebla, ha aparecido.
Todo inspira en mi alma una angustia sombría.
Allá lejos la luna brilla en pleno fulgor;
allá el aire rezuma tibieza vespertina,
allá la mar agita su manto de esplendor
bajo el azul del cielo.
Todo lo sacrifico a tu memoria:
los acentos de la lira inspirada,
el llanto de una joven abrasada,
el temblor de mis celos. De la gloria
el brillo, y mi destierro tenebroso,
lo bello de mis claros pensamientos
y la venganza, sueño tormentoso
de mis encarnizados sufrimientos.
Ya vague por las calles bulliciosas,
ya penetre en el templo populoso,
ya me rodeen alocados jóvenes,
en mis ensueños sigo estando absorto.
Me digo: pasarán raudos los años
y por muchos que aquí nos encontremos,
todos iremos a la eterna fosa
y para alguno ya llegó su tiempo.
Yo la amé,
y ese amor tal vez,
está en mi alma todavía, quema mi pecho.
Pero confundirla más, no quiero.
Que no le traiga pena este amor mío.
Yola amé. Sin esperanza, con locura.
Sin voz, por los celos consumido;
la amé, sin engaño, con ternura,
tanto, que ojalá lo quiera Dios,
y que otro, amor le tenga como el mío.
¿Acaso yo no sé que hundida en las tinieblas,
jamás a la luz llegaría, la ignorancia,
y que soy un monstruo, y que la dicha de cien mil
no me toca más que la falsa felicidad de cien?
¿Y acaso yo no me ligo al quinquenio,
no me caigo y levanto con él?
Abierto el cuello de la camisa,
peludo como el torso de Beethoven,
recubre con su mano,
cual tablero de damas,
el sueño, la conciencia,
la noche y el amor.
Y una dama negra
-como loca de dolor-
prepara al mundo
para la representación,
cual guerrero a caballo
sobre simples peones.
Por cimbreante ramita aromada,
absorbiendo en tinieblas su néctar,
de un cáliz a otro corría
la humedad de alocada tormenta.
Deslizándose de uno a otro cáliz,
dejó en ellos, muy nítida,
una gota, enorme, cual ágata,
reluciente, colgante y tímida.
Amiga mía, ¿tú preguntas
quién ordena que arda el
habla del inválido?
Vamos a soltar las palabras
como un jardín, cuál ámbar y monda:
con distracción y generosamente,
apenas, apenas, apenas.
No hay que mencionar
porqué con tanta ceremonia
la rubia y el limón
han salpicado las hojas.
No, no soy yo quien le ha hecho estar triste.
Yo no merecía el olvido de mi patria.
Era el sol el que ardía en las gotas de tinta,
como en racimos de grosella polvorienta.
Y en la sangre de mis cartas y pensares
apareció la cochinilla.
Bebo la amargura de los nardos,
la amargura de cielos otoñales,
y en ellos el chorro ardiente de tus traiciones.
Bebo la amargura de las tardes, las noches,
y las multitudes,
la estrofa llorosa de inmensa amargura.
La sensatez de engendros de talleres no sufrimos.
¿Fue todo realidad? ¿Es hora de paseos?
Es mejor dormir eternamente, dormir, dormir,
y no ver sueño alguno.
Otra vez la calle. Otra vez la cortina de tul.
Otra vez, cada noche, la estepa, el almiar, los lamentos,
ahora, y en adelante.
(dos fragmentos)
I
Yo he amado también, y el aliento
del insomnio, temprano, temprano,
desde el parque bajaba al barranco,
y en tinieblas,
salía en volandas hacia un archipiélago
de calveros cubiertos de niebla felpuda,
de menta, de ajenjo y codornices.
Hay que vivir sin imposturas
Vivir de modo que con el tiempo
Nos lleguemos a ganar el amor del espacio,
y oigamos la voz del futuro.
Hay que dejar blancos
En el destino y no en el papel
y en los márgenes anotar
Pasajes y capítulos de la vida entera.
Oprimo la mejilla contra el embudo
del invierno, enroscado cual caracol.
«¡A sus sitios! ¡Quien no quiera,
que se aparte!»
Murmullos, ruidos, el trueno de una barahúnda.
«Es decir, ¿en «El mar está revuelto»?
¿En un relato,
que se enrosca cual cordón compresor,
donde se ponen en cola sin prepararse?
Poesía, te voy a jurar
y termino, estoy ronco:
tú no eres el habla melosa,
tú eres el estío en tercera clase,
tú eres arrabal, y no estribillo.
Tú eres asfixiante como mayo, Yámskaya,*
un reducto nocturno de Shevardino,*
en el que lanzan gemidos las nubes,
marchándose luego por lados distintos.
Primavera. Vengo de la calle
donde el álamo esta maravillado,
donde se asusta la lejanía,
donde la casa tiene miedo a caer,
donde el aire es azul
como el envoltorio de la ropa blanca
del que ha sido dado de alta del hospital.
I
¡Oh, ángel mentiroso, enseguida, enseguida
tendrías que haberlo dicho todo,
y yo te habría dado de beber pura tristeza!
Pero así, no me atrevo; así, ¡ojo por ojo!
¡Oh, aflicción, que infectó la mentira al principio!
¡Oh, dolor, oh, dolor en la travesura!
Vivo con tu retrato,
el que ríe a carcajadas,
ese en que los tendones de las muñecas
crujen,
el que rompe los dedos
sin quererlos soltar,
el que uno mira y mira
y se siente muy triste.
El que del crujir de los tronos
y la marcha de Rákochi,
los cristalillos del salón,
el cristal y los invitados,
corre ardiente por el piano
y salta
por nudillos, rosetones, rosas
y huesos
para, el peinado aflojando,
alocado, travieso,
los prendedores del cabello
en el gorrito,
valsar a placer en rededor,
entre bromas,
mordisqueando el chal, cual tortura,
respirando apenas.
Este fragmento sin terminar de la segunda Introducción de carácter
lírico a un gran poema de Mayacovski proyectado sobre el plan
quinquenal, fue anotado mientras escribía «A plena voz» que debió
ser la primera Introducción.
1
¿Qué puedo hacer? Ellos te destruyeron,
¡Qué encuentro más cruel que el separarse!
Aquí hubo un surtidor, allá alamedas,
más a lo lejos verdecía el parque…
La aurora más rosada que ella misma
fue aquél abril. Olor a húmeda tierra,
a primer beso…
2
Las hojas de este sauce en el siglo pasado se murieron,
para brillar cien veces más lozanas en la forma de un verso.
Cuando escuches el trueno me recordarás
y tal vez pienses que amaba la tormenta…
El rayado del cielo se verá fuertemente carmesí
y el corazón, como entonces, estará en el fuego.
Esto sucederá un día en Moscú
cuando abandone la ciudad para siempre
y me precipite hacia el puerto deseado
dejando entre ustedes apenas mi sombra.
Cuando la luna es de melón una tajada en la ventana
y en redor es la calina cerrada la puerta y la casa encantada
por las azules ramas de glicinas y en la fuente de arcilla hay agua fría
y la nieve del paño y arde una bujía de cera
tal que en la niñez, mariposas zumban
la calma, que no oye mi palabra, retumba
entonces de lo negro de rincones rembrandtianos algo se ovilla de pronto
y se esconde allí a mano, pero no me estremezco, ni me asusto siquiera…
la soledad en sus redes me hizo prisionera
el gato negro el alma me mira, como ojos centenarios
y en el espejo mi doble es tal vez mi contrario.
Las montañas se doblan ante tamaña pena
y el gigantesco río queda inerte.
Pero fuertes cerrojos tiene la condena,
detrás de ellos sólo «mazmorras de la trena»
y una melancolía que es la muerte.
Para quién sopla la brisa ligera,
para quién es el deleite del ocaso –
Nosotras no sabemos, las mismas por doquiera,
sólo oímos el odioso chirriar de llaves carceleras
y del soldado el pesado paso.
Hay en la intimidad un límite sagrado
que trasponer no puede aun la pasión más loca
siquiera si el amor el corazón desgarra
y en medio del silencio se funden nuestras bocas.
La amistad nada puede, nada pueden los años
de vuelos elevados, de llameante dicha,
cuando es el alma libre y no la vence
la dulce languidez del goce y la lascivia.
Cuando en la noche oscura espero su llegada,
se me antoja que todo pende de un hilo.
¿Qué valen los honores, la libertad incluso,
cuando ella acude presta y toca el caramillo?
Mira, ¡ahí viene! Ella se echa a un lado el velo
y se me queda mirando larga y fijamente.
No la llevamos en oscuros amuletos,
ni escribimos arrebatados suspiros sobre ella,
no perturba nuestro amargo sueño,
ni nos parece el paraíso prometido.
En nuestra alma no la convertimos
en objeto que se compra o se vende.
Por ella, enfermos, indigentes, errantes
ni siquiera la recordamos.
A Alexander Blok
Llegué a visitar al poeta
exactamente al mediodía, un domingo.
En el cuarto espacioso reinaba el silencio
afuera, en la calle, hacía frío.
Un sol agradable se paseaba
sobre el tupido humo grisazul…
El poeta me miraba fijamente,
en silencio, como un gran anfitrión.
Más que yo vivirá lo que aquí vive,
hasta los nidos de los estorninos,
y este aire migratorio que cruzó,
aire primaveral, la mar en vuelo.
La voz eternidad de allá nos llama,
del más allá con su invencible fuerza,
y por encima del cerezo en flor,
la luz lunar menguando se derrama.
En vez de una carta
En vez de una carta.
El humo del cigarrillo consumía el aire,
El cuarto parecía un capítulo
del «Infierno» de Kruchoni¹.
¿Recuerdas,
detrás de esta ventana,
por primera vez,
acaricié tus manos extasiado?
Cuatro,
pesadas como un golpe.
Al César lo que es del César,
y a Dios lo que es de Dios,
y al que es como yo,
¿dónde se mete?
¿Dónde estará listo ese ataúd?
Si yo fuera pequeño,
como el océano grande,
parado de puntas,
en las crestas de las olas,
en flujo nocturno,
acariciaría la luna,
¿Dónde hallar una amada
que a mi se parezca?
A ti, mujer,
a quien enredo en conmovedora aventura,
o a ti, transeúnte, a quien miro simplemente.
Todos pasan temerosos apretando los bolsillos.
¡Ridículos!
¡A los pobres,
qué pueden robarles!
Pasarán los años
lo sabrán ustedes,
tal vez, yo,
candidato a dos metros de la morgue municipal,
soy infinitamente más rico,
que cualquier Pierpont Morgan.
El violín se estremecía, imploraba,
y sollozó de súbito,
tan infantil
que el tambor no se contuvo;
-¡Bien, bien, bien!
Y cansado, sin escucharlo hasta el fin
desapareció por la agitada calle Kusnieski¹
La orquesta escuchaba indiferente,
el llanto del violín,
sin palabras, ni compases,
sólo un plato tonto repicó:
-«¿Qué es eso?
¡Escuchen!
¿Si las estrellas se encienden,
quiere decir que a alguien les hace falta,
quiere decir que alguien quiere que existan,
quiere decir que alguien escupe esas perlas?
Alguien, esforzándose,
entre nubes de polvo cotidiano,
temiendo llegar tarde,
corre hasta llegar hasta Dios,
y llora,
le besa la mano nudosa,
implora,
exige una estrella,
jura,
no soportará un cielo sin estrellas,
luego anda inquieto,
pero tranquilo en apariencia,
le dice a alguien:
«¿Ahora estás mejor, verdad?
De la pasión de un cochero
y una lavandera charlatana,
nació un hijo mediocre.
El niño no es una basura, no se puede arrojar al tacho.
La madre lloró y lo llamó Crítico.
El padre recordando sus antecesores,
gustaba discutir los derechos de maternidad.
Yo me haré pantalones negros,
del terciopelo de mi voz,
y una blusa amarilla,
de tres metros de atardecer,
y pasaré por la mundial avenida Nievski¹
por sus lustrosas veredas,
compadreando con paso fatuo de Don Juan.
Dejen que la tierra gima en descanso amujerado.
Escrito en 1922, dedicado a Lili Brick. Es
de carácter autobiográfico.
1. Comunmente es así
El amor le es dado a cualquiera
pero…
entre el empleo,
el dinero y demás,
día tras día,
endurece el subsuelo del corazón.
Escrito en 1923, dedicado a Lili Brick
durante un encierro voluntario de dos meses
en su habitación de tres metros por dos de ancho.
Para ella y para mí
En este tema.
personal,
y modesto.
«Recuerdo, estuve de pie,
tenía ese brillo, y esto,
entonces se llamaba el Neva.»
(El Hombre» de Mayacovski)
Balada de baladas
No es muy novedoso el compás de las baladas,
pero sí duelen las palabras,
de lo que les duele,
las palabras hablan,
entonces rejuvenece el compás de las baladas.