¡Cuán hermosa es la muerta! Exuberante
su desnudez sobre la losa brilla;
yo la contemplo pálido y jadeante
y tiembla entre mis manos la cuchilla.
El profesor, que la ocasión bendice
de poder explicar algo muy bueno,
a mí se acerca y con placer me dice:
-Hágale usted la amputación del seno.
Yo que siempre guardé por la belleza
fanatismos de pobre enamorado,
-Perdonadme le dije con tristeza,
pero esa operación se me ha olvidado.
Se burlaron de mí los compañeros;
ganó una falla mi lección concisa,
vi en la faz del maestro surcos fieros
y en la faz de la muerta una sonrisa.