Sala de un hospital, amplia y sombría,
el doctor ordenaba con imperio,
y de una úlcera, al ver la rebeldía
al practicante le pidió el cauterio.
Enrojecido lo acercó al paciente
sin preocuparse de su suerte aciaga;
el miserable se agitó imponente,
lanzó un rugido, y se extirpó la llaga.