…Cecil, van a talar el bosque.
Un día florecieron tus manos en la ausencia
de la luz que tu mano resumía…
Era octubre, y la doble florescencia
de tus manos -estrellas sin distancia-
inventaba la luz con su presencia.
Tu belleza era sólo tu fragancia
para mí que en la sombra te sentía,
y tu talle en mi brazo tu distancia,
y tu nombre el lenguaje de la umbría
con aquel cecear de hojas de viento.
Era octubre, era invierno y eras mía.
Eras más que mujer, un pensamiento
hacia una mujer, que me viniera
vuelto perfume y sílaba en el viento.
Y el bosque todo en sus rumores era
tu nombre tantas veces repetido
como hojas vio nacer la primavera.
Iba el viento a tu cuerpo tan ceñido
y tú a mí tan ceñida entre la bruma,
que fue de bruma y viento tu vestido.
No más así sentirte era la suma
visión de tu belleza reclinada
contra el amor, al viento y a la bruma.
No más así eras toda. Tu mirada
debió copiar la senda ensombrecida,
y yo sé que vagué por tu mirada.
Yo sentí tu melena distraída,
como otro sol tendido a la tiniebla,
flotar sobre mis sienes y mi vida.
Tu nombre. El bosque. Y un rumor que puebla
con tu nombre no más el bosque entero.
Y tú de viento, de perfume y niebla.
Tú, alta y fina no más por el sendero.
Nada más que alta, perfumada y fina.
Y yo hallando en tu brazo otro sendero.
La mano que seduce y que adivina
erraba varonil y silenciosa
de una mínima fronda a una colina.
El lirio dúctil y la erecta rosa.
Fingido miedo y mentirosa huida,
porque encontré la negra mariposa
del invierno en tu sexo detenida.
Cómo la mano varonil y errante
supo acercar tu carne estremecida
a ti misma que huías del instante
acercándote más, y aún más cercana
fingías defenderte aún más distante.
Ni más dulce blancura ni más grana
tuvo el viejo cantar cuando decía,
«hay leche y miel bajo tu lengua, hermana».
Hoja a hoja el invierno descendía:
Era tu nombre sobre el mundo, eterno.
Cecilia…El bosque….Tu esbeltez….Un día….
Cuán cálida estación fue aquel invierno.