Primera parte de Claudia Lars

Nadie contó la inmensa muchedumbre
de espíritus que, en torno de su lumbre,
cantan sus alabanzas inmortales.
Sus infinitos rostros reproducen
la faz tremenda y la visible espalda.
Yehuda Halevy
(Los ángeles del Cielo del Altísimo)

1. Me salva de mí misma:
huésped del alma en alma devolviendo
la palabra que abisma,
lo que entiendo y no entiendo
por este viaje en que llorando aprendo.

Amoroso elemento
forma su fina y leve arquitectura;
con ágil movimiento
de flor sin atadura
abre su vuelo reino de blancura.

Sube de mí, conmigo,
a cumbres de silencio, a ruido vano;
siendo el eterno amigo
con invisible mano
siembra fuego cantor en barro humano.

Su llamada secreta
colma venas de noche, luz vigía;
es canción y saeta,
profunda compañía,
íntimo sol… para mi breve día.

Le he visto por la nube
con rabel de pastor cuidando sueños;
por su arboleda anduve
sobre aromas pequeños,
y era el abril de verdes abrileños.

Cuando el clavel tenía
edad de tierna boca adolescente;
cuando el gorrión ponía
aleteo en mi frente,
él ya me daba su lección paciente.

Mi soledad le pide
alta verdad y voz corregidora;
sé que su tiempo mide
vida razonadora
y miseria viviente, hora tras hora.

Calor sin mengua vierte
en puertasola, bajo nieve hundida;
amando me convierte
en amante aprehendida,
y ya no puedo estar semidormida.

Contraluz de mi pecho
a veces me lo vuelve casi nada;
mas del soplo deshecho
su pena derramada
es goce de otra cita enjazminada.

Isla de mar adentro,
donde dulce marea crece y canta;
iluminado centro
que hasta el cielo levanta
angélico poder de mi garganta.

* * *

2. Ángel enamorado
de la doliente casa de los hombres;
criatura sin pecado
que dejas, olvidado,
el nombre eterno en terrenales nombres;

tu escondida presencia
es un fulgor que canta o que suspira;
la muda confidencia
se escucha en la conciencia
y a veces… con el aire se respira.

Proclamo tu blancura;
quiero explicar espacios que no entiendo:
aquí… mi luz oscura,
allá… lágrima pura,
y el mundo su ceguera defendiendo.

Si tu mano en mi mano
coge parte del río que se bebe;
si la hoja y el grano
del pulsante verano
son en tu fino amor latido breve;

prolongado latido
es en mi corazón lo que despiertas;
y vives recogido
en mi frente o perdido
por esta noche de cerradas puertas.

Escucho los rumores
que vienen de la pálida ribera;
con mis versos menores
y mis grandes amores
persigo la existencia verdadera.

Tu designio me obliga
a encontrar el camino innominado;
tu desvelo me liga
a dolor y fatiga
del que va con el grito desgarrado.

Alumbras y sostienes;
brotan dulces praderas de tu aliento;
estás conmigo… vienes
del soplo que mantienes
en vasto y poderoso movimiento.

Buscándote en mi sombra
-entre el miedo de ser y de acabarme-
cuando el alma te nombra,
al nombrarte se asombra
de que quieras oírme y ampararme.

Morador de mi sueño:
por tu brasa de luz, por tu alborada,
este día pequeño,
este fugaz empeño,
son tu abismo de vida y tu posada.

* * *

3. El constructor radiante,
dueño de la virtud que aquí sostiene
la línea vacilante,
el asombrado instante
en que la forma realidad obtiene;

dibuja lo más leve,
suelta un águila blanca sobre el día,
frondas y ciervos mueve
en verde lejanía
y es piedra y flor… ¡tenaz sabiduría!

Por latidos de aroma
y por vuelos finísimos del trino
inaugurado asoma,
y en inefable idioma
nos da su pulsación y su destino.

Otros ángeles miran
la vida en plenitud diferenciada;
y al contemplar admiran
y en beatitud aspiran
la múltiple energía desatada;

pero el más refulgente
-en la idea central de lo que existe-
de sonido viviente,
de mar inteligente,
ve surgir la experiencia que persiste.

Las torres de su altura;
el agua de los lirios, hasta el fondo;
mi cuerpo -esta envoltura
de la humana criatura-
con el cual le descubro y le respondo;

brotan de su desvelo
y están en su dominio contenidos:
hijos de fuego y hielo,
por la tierra y el cielo
despertando, despiertos y dormidos.

Pregunto: ¿dónde, cuándo
su incomprensible rostro será mío?
Me voy enamorando
de lo que ando buscando
por secretos de llanto y de rocío.

Si el corazón pudiera
seguirlo -con deseo largo y fuerte-
mi sombra, tan severa,
olvido… olvido fuera
como el suave olvidarnos en la muerte.

Ángel: días rectores
me dan breves atisbos de la espera;
con fríos punzadores
y ceniza de flores
ando el invierno, porque soy viajera.

Sin cansarme persigo
la solitaria luz que adentro arde;
angustiada te digo:
territorio enemigo
voy a cruzar… y a veces soy cobarde.

Siento que no me dejas;
conozco tu fulgor, de ahora y antes;
si pienso que te alejas
advierto que reflejas
la eternidad en luces caminantes.

* * *

4. Cuerpo: casa profunda
donde el ángel esconde su secreto;
tu sombra le circuncida
y tu sangre le inunda
de humano palpitar, vivo y completo.

La luz que nace, ardiendo,
y habla en fulgor más que en palabra oída,
aquí me está diciendo
que con su ayuda enciendo
alta verdad, apenas comprendida.

Memoria de aquel vuelo…
Descenso en constelada resonancia…
Un persistente cielo
recogido en el ansia
de alcanzar con el pecho la distancia.

Pedir sobre la tierra
rostros que alumbran, lumbre que humaniza;
saber que estoy en guerra
con mi propia ceniza:
¡puñado de la tierra movediza!

Es el ángel… lo siento
aletear como blanca mariposa;
urgido sobrealiento,
tenaz presentimiento
de un despertar en patria más dichosa.

¡Mirad mi paso triste
buscando… por el bosque tan oscuro!
Guardián de lo que existe
inclinado me asiste,
dándome briznas de su día puro.

La historia del suspiro,
el sueño todavía encarcelado,
mi noche y mi retiro,
tu mar atormentado,
forman su cuerpo y alzan su cuidado.

Gramilla, banderola
de palma joven, de poder que mece
en el nido y la ola
lo que nunca envejece:
ángel que en tierra lucha y permanece.

¿Quién no vio cuando llega
-alado amor- a formas silenciosas?
Fragante se me entrega
en un ramo de rosas:
ángel de flores y pequeñas cosas.

Sobre el áspero helecho,
entre juncos y venas de agua pura,
hunde manos y pecho
y verdea y madura,
vistiendo y desvistiendo su hermosura.

Hasta el cardo rastrero
tiene un ángel silvestre que ha tejido
con delicado esmero
y afán inadvertido
la flor de las espinas y el olvido.

Mi soledad consciente
del portador de esencias inmortales,
halla en mi propia frente
-tras la puerta doliente-
el reino de su vuelo y sus señales.

** *

5. De un trasmundo escondido
llega con su horizonte y con su fuego;
en cuerpo de hombre hundido
por camino tan ciego
suelta el humano y solitario ruego.

Nadie sabe que viene
hasta mi corazón, de mi pasado;
el amor que mantiene
lo define a mi lado
y lo entrega de amores coronado.

Viajero suplicante
al pie del hospedaje sensitivo;
¿en qué playa distante
y en que río cautivo
diste una vez tu oscuro fuego vivo?

Traes laúd amargo,
con pájaros de sal en el cordaje;
del recuerdo -tan largo-
y el desafiante viaje
nace la sabia flor de tu linaje.

¿Dónde surgió el impulso
de agua que busca la llanura sola?
¿Fue en un limo convulso,
que nutre y enarbola
rama vivaz y salto de amapola?

¿O fue en tu mar borrado
-hoy en relatos, para el día triste-
en mi país deseado,
el planeta olvidado
que encontraste en su fábula y perdiste?

Debajo de los ojos,
por el agrio misterio de la entraña,
entre sargazos rojos
y ardorosa montaña
el ayer de otra vida me acompaña.

Cuando el ciprés refiere
esta profunda historia de gusanos
el espino me hiere
con sus muchos veranos
y revivo el entierro de mis manos.

Pero también evoco
algo… como el rosal de la semilla;
despacio, poco a poco,
con potencia sencilla,
abre la noche rosas en su orilla.

No importa dónde y cuándo:
somos el soplo de aquel día ausente;
hablemos, recordando
nuestro viaje obediente
a la frágil llamada del presente.